Aunque todavía no tenemos todos los datos de cierre de los indicadores económicos de 2011, contamos con suficiente información para emitir ciertas opiniones. Por ejemplo, no tendremos la cifra final de inflación hasta el próximo lunes (9 de enero), pero ya sabemos que lo más seguro es que se ubique entre 3.6 y 3.7% (falta únicamente una de 24 quincenas). Casi con el resultado que sea de la última quincena de diciembre, la inflación promedio (no fin) de año se ubicará en 3.4%. Esto significa que la inflación fin de año será la tercera más baja de los últimos 40 años (únicamente 2005 y 2009 fueron menores) y que la inflación promedio (que es más importante) será la más baja que hemos observado de las últimas cuatro décadas.
Tampoco tenemos la cifra final de crecimiento del PIB (se conocerá hasta el 16 de febrero), sin embargo, sabemos que se ubicará alrededor de 4.0% (difícilmente se reportará fuera del rango de 3.9 a 4.1%). De entrada habrá quien estará hablando de una desaceleración, ya que el año anterior tuvimos crecimiento de 5.4%. Pero el comportamiento de 2010 refleja en buena parte un rebote estadístico después de la caída de 6.1% en 2009. Si consideramos el entorno externo, el avance de 4% fue realmente bueno.
En si, 2011 se puede dividir en dos partes con comportamientos muy diferentes. La primera mitad se caracterizó por ser todavía parte de una lenta recuperación que empezó hacia fines de 2009. A pesar de una desaceleración significativa de la economía norteamericana, nuestras exportaciones no petroleras experimentaron un crecimiento espectacular, promovido principalmente (pero no exclusivamente) por el sector automotriz. Sin embargo, a mediados de año estalló una crisis de confianza e incertidumbre a nivel mundial, motivado primero por la baja en la calificación de riesgo-país de Estados Unidos y la inhabilidad política de resolver satisfactoriamente su techo de endeudamiento, y posteriormente por las continuas especulaciones sobre la posibilidad de una crisis de la deuda soberana europea.
En la primera mitad del año, vimos crecimiento lento en medio de un ambiente de estabilidad macroeconómica, con inflación a la baja y una tasa de inflación que parecía que pudiera ubicarse por debajo del umbral de 3%. Sin embargo, en la segunda mitad vimos como la incertidumbre mundial contagió el ambiente macroeconómico, en especial, mediante una depreciación acelerada del tipo de cambio. Empezamos el año cerca de 12.40 con una tendencia a la baja, que llegó a 11.50 a principios de mayo. No obstante, hacia fines de junio estalló la crisis y se revirtió la tendencia hasta rebasar 14 pesos en septiembre. Aunque muchos analistas pensaron que la paridad cambiaria regresaría a niveles cerca de 12 hacia fines de año, el peso permaneció en estos niveles y terminó el año en 13.99. El promedio del año fue 12.42, sin embargo los primeros seis meses promedió 11.90 y en la segunda mitad del año se mantuvo en 12.92.
La inestabilidad mundial y la crisis de confianza de la segunda mitad del año motivaron a que la mayoría de los analistas revisaran a la baja el crecimiento económico. No obstante, la actividad económica realmente no se desaceleró y mantuvo un buen desempeño hacia el final. Aunque todavía no tenemos los datos finales de comercio exterior, es casi un hecho que las exportaciones terminaran el año alrededor de 350 mil millones de dólares y el déficit de la balanza comercial menor a 2mil millones, mucho menos que 0.2% del PIB. Con reservas internacionales de 142.5 mil millones de dólares, tenemos que pensar que nuestra fortaleza actual son las cifras del sector externo, lo que nos debería dar cierta seguridad en medio en un entorno mundial sumamente difícil.
El 2011 no fue un año de mejoría en la confianza de los consumidores y productores, ni de un repunte significativo en la inversión. A pesar de estos limitantes, tuvimos un desempeño económico mucho mejor que lo esperado. Sin que el empleo haya crecido mucho, el promedio de nuevos empleos registrados por el IMSS llegó a casi 630 mil y la tasa promedio de desempleo urbano cayó de 6.4% en 2010 a 6.0% en 2011. Obviamente, estas cifras no son lo suficientemente buenas como para marcar una mejoría notable en el bienestar promedio de la población, pero tomando en cuenta el pésimo ambiente mundial y las propias limitaciones de nuestro sistema político disfuncional, no la hicimos tan mal.
¿Qué debemos esperar para 2012? En principio, vemos mucho pesimismo en boca de la mayoría de los analistas. Sin embargo, es difícil pensar en un deterioro significativo en un año electoral. La próxima semana hablaremos de las perspectivas del año.