Escrito para “Arena Pública”, 8 de junio de 2020
Prácticamente desde un inicio quedo claro que el peligro económico más significativo de esta crisis sería la reducción en la cantidad y calidad de empleo, junto con las consecuencias asociadas de mayor inequidad y más pobreza. Por lo mismo, en su momento, esta crisis bautizada como la del Gran Confinamiento, dijimos que sería la crisis del desempleo. Por las características propias de la propagación del Covid-19 y las subsecuentes políticas de “quédate en casa” y sana distancia, se predecía que sería la recesión más profunda desde la Gran Depresión de los años treinta.
El fenómeno se reflejó como se anticipaba en las cifras de desempleo en Estados Unidos. Partiendo de una tasa muy baja de 3.5 por ciento de la población económicamente activa (o fuerza laboral) en febrero, la tasa de desempleo aumentó primero a 4.4 por ciento en marzo cuando apenas empezaba a sentirse los primeros días de la pandemia, para después disparar a 14.7 por ciento en abril. Incluso, el impacto fue realmente mayor, ya que las propias autoridades admitieron un error de clasificación que, de no haberse registrado, hubiera llevado la tasa a niveles de 18 por ciento.
No obstante, las cifras divulgadas para México no mostraron las mismas magnitudes, a pesar del hecho de que ambos países siguen fielmente las definiciones y recomendaciones internacionales. La tasa de febrero en México fue 3.6 por ciento, muy parecido a la de Estados Unidos en el mismo mes. Sin embargo, en marzo no solamente no aumentó, sino que mostró una reducción a 2.9 por ciento, mientras que en abril registró un incremento acotado, a 4.7 por ciento, que no refleja los descalabros anticipados ante esta crisis. Si se prevé que la magnitud de las caídas en la actividad económica en ambos países será semejante, ¿cómo podemos conciliar la diferencia casi abismal entre estas tasas de desempleo?
No solo existen explicaciones lógicas que logran conciliar las diferencias, sino que resulta que el impacto real sobre el desempleo en México es mucho mayor al de Estados Unidos, a pesar de la conclusión contraria que se obtiene a primera vista. De entrada, es esencial subrayar que no hay diferencias conceptuales en las definiciones que se utilizan en ambos países. Una persona se considera desempleado si en la semana anterior a la encuesta no tenía ocupación (no haber trabajado ni siquiera una hora en la semana), mientras que buscó activamente un empleo y estaba disponible para aceptarlo. La razón de este condicionante extremo de cero horas de trabajo es por dos factores: el primero, para definir una respuesta blanca o negra (y no de tonos de gris) en cuanto al estar empleado o no, y el segundo, para establecer consistencia con los conceptos de cuentas nacionales y valor agregado (con una hora de trabajo, uno puede aportar valor agregado al Producto Interno Bruto). La razón de exigir una búsqueda “activa” de empleo es para distinguir entre una persona que forma parte de la fuerza laboral del país y otra que no desea (o no puede) participar. Mientras que el primer grupo se designa como la población económicamente activa (PEA) o fuerza laboral, el segundo se le llama la población económicamente inactiva (PNEA). La PEA se conforma de la población ocupada y la no ocupada (desempleada) que busca activamente un trabajo. La PNEA comprende los no ocupados que no han realizado ninguna acción explícita para encontrar un empleo. Ésta a su vez se divide en aquellos que a pesar de no haber buscado trabajo sí están disponibles para trabajar (a veces considerado como desempleo disfrazado) y los que no han buscado una ocupación precisamente porque no están disponibles (estudiantes, jubilados, amas de casa, etc.). Es sumamente importante recalcar que estas definiciones se aplican igual en México y en Estados Unidos (y en la gran mayoría de los países del mundo).
Al examinar el desenvolvimiento de las tasas de ocupación y desempleo, las PEAs y las PNEAs de las dos economías, encontramos que en ambos casos hubo una disminución significativa en el empleo. Sin embargo, en Estados Unidos la mayoría pasó a la categoría de desempleados, sin cambios relevantes en la PEA o la PNEA, mientras que en México aumentó poco el desempleo pero hubo un incremento significativo en la PNEA “disponible” y una disminución muy marcada en la PEA. En otras palabras, los que perdieron su trabajo en Estados Unidos se sumaron a la tasa de desempleo, mientras que en México se unieron a la categoría de la población económicamente no activa aunque disponibles para trabajar. ¿Por qué esta diferencia en registro? Porque los que perdieron su trabajo aquí no buscaron trabajo activamente ante las políticas de confinamiento y “quédate en casa”, mientras que en Estados Unidos los nuevos desempleados realizaron por lo menos una acción explícita para buscar trabajo a pesar del Gran Confinamiento. ¿Cómo explicamos esta diferencia de actitud?
Dado que no hay diferencias conceptuales ni de definiciones entre ambos países, tenemos que buscar las explicaciones en cómo operan los dos mercados laborales. El primer contraste radica en el hecho de que en Estados Unidos existe un seguro de desempleo, lo cual no tenemos en México. Al perder su empleo, nuestros vecinos solicitan de inmediato su seguro, lo cual pueden obtener vía telefónica o por Internet, sin necesidad presencial. Esta acción se considera como una forma activa de buscar empleo, por lo que permanecen clasificados como económicamente activos. En cambio en México, la gran mayoría de los que perdieron su trabajo, se encuentran imposibilitados para realizar una búsqueda de inmediato, ya sea por su propio confinamiento o porque la mayoría de los establecimientos están cerrados. La segunda explicación, que complementa la primera, es que en México domina la informalidad laboral, por lo que no hay mecanismos tan desarrollados para buscar trabajo ni las mismas oportunidades para sumarse a la formalidad.
A la luz de estas explicaciones, podemos anticipar que la mayoría de los mexicanos que se sumaron a la PNEA “disponible” y por lo tanto, los dieron de baja de la PEA, van a empezar a buscar trabajo en los siguientes meses, en la medida que las políticas de confinamiento, sana distancia y “quédate en casa” se vayan relajando y los establecimientos vuelven a abrir. Esto significa que poco a poco se van a reclasificar como parte de la PEA, ya sea como desocupados o empleados (si encuentran trabajo de inmediato). Esto nos lleva a anticipar que en los siguientes meses ira en aumento la tasa de desempleo en México, reflejando el desequilibrio laboral actual hasta que la gran mayoría encuentre trabajo (algo que seguramente tardará).
Veamos los números oficiales para poner todo en perspectiva. Según la Encuesta Telefónica de Empleo y Ocupación (ETOE) del INEGI, hubo una disminución de 12.5 millones de empleos en abril, de los cuales 12 se reclasificaron como parte de la PNEA disponible y los demás como desempleados. De esta manera, la tasa de desempleo aumentó a 4.7 por ciento como resultado de disminuir el numerador en 12.5 y el denominador en 12 millones de personas. ¿Qué hubiera pasado si el gobierno les hubiera otorgado un seguro de desempleo a los 12.5 millones y se quedaban clasificados como parte de la fuerza laboral? En vez de dividir 2.1 millones de desempleados entre 45.4 de la PEA para obtener una tasa de desempleo de 4.7% (no da el número exacto por redondeo), estaríamos sumando 12.5 a los 2.1 desempleados, para obtener 14.6 millones de personas sin ocupación, lo cual a su vez lo dividiríamos entre 57.4 de PEA. Esto nos daría una tasa de desempleo de 25.4 por ciento, algo nunca visto en nuestro país.
Aun así, la magnitud del desequilibrio laboral no queda reflejado por completo. Si examinamos las cifras del INEGI, encontramos que otros 2.6 millones de personas que antes decían no estar disponibles para trabajar, pero que ahora ante la magnitud de la crisis, dicen estar disponibles. Si también se les da un seguro y se consideran parte de la fuerza laboral, los tendríamos que sumar tanto al numerador como al denominador. La tasa de desempleo que resulta en este caso sería 27.8 por ciento.
A pesar de que una tasa de desempleo de 27.8 por ciento es verdaderamente escandalosa, todavía no termina de dimensionar el desajuste laboral ante la pandemia. La ETOE revela que hubo 5.9 millones de mexicanos que sin perder su trabajo, están trabajando menos horas a la semana por los que se suman a los subocupados. Estas personas también buscan un empleo de tiempo completo. Esto significa que tuvimos en abril 2.1 desempleados, más 20.0 inactivos pero disponibles, más 11.0 subocupados, para sumar 33.1 millones de personas que necesitan un empleo. Si añadimos los disponibles de la PNEA a la PEA para conformar la fuerza laboral potencial y tener un denominador común, la tasa resultante es 50.6 por ciento, que se define como la “brecha laboral”. En marzo esta brecha se ubicaba en 20.0 por ciento. Estos números, sin duda, confirman que el tamaño de nuestra crisis laboral es escalofriante, y mucho mayor que la de Estados Unidos.
Todos los números utilizados en este ejercicio provienen del INEGI. Son cifras oficiales, por lo que pido que no atribuyan ni un solo número a mi persona. No son mis datos.
Las opiniones expresadas en este artículo son a título personal y no reflejan los puntos de vista de ninguna institución u organización con la cual me pudieran identificar. Sígame en Twitter en @jonathanheath54.