El ex presidente Miguel de la Madrid falleció el domingo pasado a los 77 años de edad. Sin dudas, su presidencia fue de las más difíciles de las últimas siete décadas, si no es que la más onerosa de todas. De todas las crisis que hemos padecido, la de 1983 fue por mucho la más ardua. No sólo tuvo que enfrentar la peor recesión que hemos padecido, sino además tragedias naturales como el terremoto de 1985 y problemas políticos como cuando se cayó (calló) el sistema en las elecciones de 1988.
El crecimiento económico promedio anual de su sexenio fue 0.34 por ciento, el más bajo desde el trienio de Pascual Ortiz Rubio de 1930-1932 (de -6.37 por ciento), conocido como la gran depresión. La inflación promedio anual fue 92.88 por ciento, por mucho la más elevada desde que existen datos históricos. Como consecuencia, la depreciación de la moneda de 3,179 por ciento fue un desastre inolvidable para los que vivimos esos años. A estos datos le podemos sumar el deterioro del poder adquisitivo del salario mínimo, el estado deplorable de las finanzas públicas y la carga de deuda pública, para terminar de pintar los peores seis años en materia económica que ha vivido el país.
Al día siguiente de su muerte, el gobierno del presidente Felipe Calderón le organizó un adiós institucional mediante un homenaje fúnebre en Palacio Nacional. Al final del evento, Carlos Salinas de Gortari dijo que el homenaje honró también a Calderón al ser un acto de civilidad política que mucho bien le hace al país. En la ceremonia se destacó la labor de liderazgo y visión de De la Madrid ante las situaciones desafiantes que enfrentó.
Sin embargo, en los últimos días han aparecido muchos comentarios negativos en los medios y redes sociales, desde reclamos por haber sido el presidente que logró los peores resultados económicos en un sexenio, hasta acusaciones por haber iniciado las políticas neoliberales que han condenado al país desde entonces. Aquí resulta importante no sólo aclarar los hechos, sino también lindar bien las responsabilidades de lo que pasó en la llamada década perdida de los años 80.
Miguel de la Madrid no fue responsable del desastre económico que enfrentó en su sexenio; fue una herencia completa de la docena trágica, es decir, de los dos sexenios anteriores. Luis Echeverría y José López Portillo fueron los que produjeron los desequilibrios económicos que desembocaron en devaluaciones y la inflación posterior. La situación de las finanzas públicas en aquellos años fue peor que la que padece Grecia y varios países europeos ahora.
De la Madrid trató de resolver los problemas heredados mediante políticas dirigidas a restablecer los desequilibrios macroeconómicos, sin embargo, el déficit público era demasiado elevado y no había formas sanas de financiamiento. México estaba vetado en los mercados financieros voluntarios y el único recurso era acudir a la inflación. No fue hasta Carlos Salinas que se empezaron a resolver estos problemas mediante la aplicación de políticas mucho más agresivas.
Desafortunadamente, Miguel de la Madrid no va pasar a la historia como uno de los mejores presidentes. Los resultados de su sexenio no se podrán borrar. Sin embargo, necesitó mucha valentía y liderazgo en momentos tan apremiantes para enfrentar problemas de dimensiones enormes. No pudo corregir los grandes desequilibrios que recibió de los gobiernos anteriores, pero por lo menos puso los cimientos para que se pudieran resolver en años posteriores. Al final de cuentas, terminó con la imagen del presidente más honesto que hemos tenido y así lo voy a recordar.