Podemos criticar muchas cosas de este sexenio, sin embargo, una nota positiva es el progreso que se ha observado en el mercado laboral. INEGI acaba de divulgar los resultados de la Encuesta Nacional de Ocupación y Empleo (ENOE) para el segundo trimestre del año. Mediante esta entrega trimestral obtenemos dos indicadores cruciales del mercado laboral: la brecha laboral, que es una medida más amplia que la tasa de desempleo, y el ingreso laboral real, que nos ayuda a determinar la masa laboral real.
La tasa de desempleo tradicional que reporta INEGI para este periodo, de 3.3 por ciento, no capta una buena parte de la problemática laboral, ya que la definición que utiliza el INEGI, que proviene de las recomendaciones internacionales y metodologías aprobadas por la Organización Internacional de Trabajo (OIT) y las Conferencias Internacionales de Estadísticos de Trabajo (CIET), es muy estrecha. Solamente abarca las personas que no trabajan ni una hora a la semana y que están activamente buscando trabajo. Sin embargo, hay muchas personas que quieren trabajar, pero no lo manifiestan adecuadamente y muchas que tienen empleo parcial, pero que quieren trabajos de tiempo completo. En cambio, la brecha laboral es más amplia e indicativo de esta problemática.
En el segundo trimestre del año, INEGI reportó 1.858 millones de personas desempleados en el sentido tradicional, lo que arroja la tasa de 3.3 por ciento de la fuerza laboral. Sin embargo, existen 5.568 millones de personas que no están consideradas como parte de la fuerza laboral que están disponibles para trabajar. Este grupo de personas, a veces llamado “desempleo disfrazado”, representa 14.9 por ciento de la población económicamente inactiva. Están en esta categoría básicamente por que no hacen el esfuerzo por encontrar trabajo. A diferencia de la población económicamente activa (PEA), esta parte de la población es económicamente pasiva, pero igual requiere trabajo.
Mucha gente que se queda sin trabajo, o que buscan ocuparse por primera vez, aceptan un empleo de tiempo parcial en lo que encuentran el trabajo que realmente buscan. Por ejemplo, una persona acepta trabajar en un empleo de tiempo parcial en una tienda de conveniencia, aunque mantiene una búsqueda de empleo de tiempo completo. Esta persona puede considerarse realmente desempleada, pero al no caer en la categoría oficial, el INEGI no la cuantifica. No obstante, INEGI encontró 3.828 millones de personas que, en el segundo trimestre, elaboraban menos horas a la semana de lo que querían por razones de mercado, por lo que estos “subempleados” también buscan y requieren un empleo.
Esto significa que la cantidad de personas en el país que necesitan un empleo no son solamente los 1.858 millones de desempleados, sino también los 5.868 millones de desempleados disfrazados y los 3.828 millones de subempleados. Si sumamos las tres características, llegamos a la cifra de 11.255 millones de personas que necesitan un empleo de tiempo completo.
Para esto, la última CIET (en 2013) aprobó varias nuevas definiciones, que agrupa la población ocupada y la desempleada, tanto activa como pasiva. La fuerza laboral tradicional, también conocida como la población económicamente activa (PEA), es la suma de la población ocupada y la desempleada que activamente busca trabajo. Al sumar ahora a la PEA la población desempleada pasiva (desempleo disfrazado), obtenemos la fuerza laboral potencial (FLP), que en el segundo trimestre sumó 61.212 millones de personas. Resulta que los 11.255 personas que necesitan trabajo es 18.4 por ciento de la FLP. Esta tasa se llama la “brecha laboral” y es un indicador del mercado laboral mucho más robusta que la tasa de desempleo abierto o tradicional. Las cifras son muy diferentes. No es lo mismo decir que el 3.3 por ciento de la fuerza laboral está desempleada que anotar que 18.4 por ciento de la fuerza laboral potencial necesita empleo. Si solo tomamos en cuenta al desempleo tradicional llegamos a la conclusión de que estamos cerca de una situación de “pleno empleo”. Pero si consideramos la brecha laboral vemos que, si bien hemos experimentado progreso en los últimos ocho años, todavía queda mucho terreno por recorrer.
El otro indicador que podemos calcular es el del ingreso laboral real, cuya relevancia proviene del hecho de que INEGI casi no produce indicadores del ingreso personal disponible. En la ENOE, se da a conocer el número de horas trabajadas a la semana y los ingresos por hora trabajada. Multiplicamos ambos para obtener el ingreso nominal promedio, para después dividir por el INPC para tener el ingreso laboral promedio real, es decir, en términos de poder de compra al eliminar la inflación. Resulta que este aumentó 3.2 por ciento en el trimestre respecto al trimestre anterior, por lo cual ya recuperó lo que se perdió el año pasado ante la inflación más elevada que México ha enfrentado en los últimos 17 años.
La misma encuesta también publica el número de personas con empleo remunerado. Dado que el consumo de los hogares puede crecer mediante más personas con trabajo remunerado o porque cada empleado tiene más ingresos, multiplicamos el ingreso promedio real por el empleo remunerado para obtener la masa salarial real. Dado que el empleo remunerado aumentó 1.2 por ciento en el trimestre y el ingreso real 3.2, tenemos que la masa salarial real aumentó 4.5 por ciento en el trimestre y se ubica 3.8 por ciento por arriba del nivel del mismo periodo del año pasado.
¿Qué significan estos datos? Los consumidores tienen más empleo y están ganando más que antes, por lo que deberíamos observar un incremento en el consumo de los hogares cuando el INEGI publica las cifras del PIB por el lado del gasto el próximo 20 de septiembre.