Parece ser que el Periódico Excélsior publicó una noticia alarmante ayer a partir del reporte mensual de INEGI acerca de la desocupación en México. La nota dice que 40 por ciento del total de desempleados tiene educación media superior o superior, lo que implica algo más de un millón de mexicanos educados no tienen trabajo. Si excluimos de la cifra, la población rural económicamente activa, el porcentaje es mayor, ya que 46 por ciento de los desempleados urbanos tienen un nivel elevado de educación. Leí aquí en Arena Pública, que este porcentaje ha aumentado en los últimos siete años en México, por lo que pudiera ser “uno de los datos más ilustrativos del fracaso de las políticas de crecimiento económico aplicadas en los últimos años”.
Al leer los resultados mensuales de la Encuesta Nacional de Ocupación y Empleo (ENOE), hay que tener en mente la estructura del mercado laboral. Desde que se levantaron las primeras encuestas en la década de los setenta, se encontró que la tasa de desempleo más bajo lo tiene el segmento de la población con menos educación, que como es lógico también se identifica como el estrato de menos ingresos. La explicación es sencilla. Cuando una persona carece de educación y no tiene ingresos, va estar dispuesto a aceptar el trabajo que sea y al salario que sea. Simplemente es cuestión de supervivencia.
En la medida en que obtiene más educación, empieza a tener aspiraciones mayores. Una persona con educación media superior o superior ya no va a aceptar cualquier trabajo, sino que va extender su periodo de búsqueda hasta encontrar lo que quiere y lo que identifica en acorde a su nivel educativo. Una persona con este nivel de educación se identifica con una familia de mayores ingresos, por lo que se puede dar el “lujo” de buscar mejor trabajo y no aceptar lo que aparezca. Esta persona sabe que siempre podrá encontrar un trabajo de menor ingresos y de menos calificaciones, sin embargo, voluntariamente decide quedarse desempleado hasta encontrar algo que le parece más digno. En este sentido, no debe sorprender que la tasa de desempleo es más elevado en los segmentos con mayor educación.
Algo parecido pasa entre la población rural y la urbana: identificamos la población rural como más pobre y menos educada que la urbana. Al mismo tiempo, encontramos que la población rural tiene la característica de tener la tasa de desempleo más bajo de todo el país. La razón principal es que casi no existe un mercado laboral en las zonas rurales, que son comunidades menores a 2,500 personas. La mayoría de las personas que viven en estas comunidades se dedican a la agricultura de subsistencia o al autoconsumo. Esto significa que no tiene ocupación, pero tampoco se encuentran desocupados, ya que no buscan ni les interesa trabajar. La complejidad del mercado laboral señala que entre más grande es la población de una ciudad, mayor será la tasa de desempleo. En las poblaciones urbanas más grandes, existen más personas educadas en busca de oportunidades y con mayores aspiraciones. Por ejemplo, un doctor en economía buscará empleo en la Ciudad de México o en Monterrey antes de decidir mudarse a Tepatitlán o Huatabampo.
De esta forma encontramos las tasas de desempleo más elevadas en las grandes ciudades, entre la población más educada y donde existen mayores aspiraciones. De igual forma, encontramos las tasas de desempleo más bajas en las zonas rurales, las comunidades más pobres y entre la población menos educada. Por ejemplo, Chiapas, Guerrero y Oaxaca tienen las tasas de desempleo más bajas del país, pero también las tasas de informalidad laboral más elevadas, mayor pobreza y menor educación. No es reflejo de un fracaso de políticas públicas, sino un simple retrato de la realidad estructural de la población mexicana.
Muy buen artículo. Aclara muchas dudas. Es entendible el crecimiento de la proporción de desempleados con educación superior o media superior; sin embargo, tener un millón de desempleados educados debe dolerle a cualquier país, más a uno como México.