El tipo de cambio cerró el año pasado en 13.99 pesos, lo que representó un aumento de 13.3% respecto a su cierre del 2010. Durante el año tuvo un comportamiento bipolar, de una suave apreciación en la primera mitad del año, a una depreciación brusca en la segunda. De hecho, el promedio de los primeros seis meses de 11.90 fue un poco más de un peso menos que el promedio de la segunda mitad de 12.92 pesos. Por lo mismo, el promedio de todo el año de 12.42 pesos, que fue menor al de año anterior de 12.63, no refleja el movimiento que tuvo a lo largo del año.
La apreciación de la primera parte del año fue en si la continuación de una tendencia que empezó en septiembre de 2010, después de cuatro meses de mucha volatilidad y que obedeció fundamentalmente a que en el año se registró la cantidad neta de inversión de cartera más elevada en la historia del país, con un flujo positivo de 37.1 mil millones de dólares. La mayor parte de esta entrada de recursos fue para el sector público (28.1 mil millones), que no se tradujo en una sobreoferta de dólares en el mercado cambiario, porque el gobierno deposita los dólares directamente en el Banco de México. Sin embargo, casi todo el resto de los recursos fueron dólares adquiridos por el sector privado mediante valores emitidos en el exterior (8.4 mil millones).
La entrada masiva de recursos al país fue motivada en buena medida por la política monetaria expansiva que Estados Unidos y otras naciones desarrolladas que emprendieron desde hace varios años para tratar de reactivar sus economías y sobreponerse a la crisis de 2008-2009. Esto provocó que los rendimientos en la mayoría de los instrumentos financieros de estos países fueran históricamente bajos. Ante la alternativa, muchos fondos de inversión e inversionistas globales buscaron en México (y otras economías emergentes) rendimientos más atractivos.
También influyó que en octubre de 2010 a México lo incorporaron en el Índice Global de Bonos Gubernamentales de Citigroup (World Government Bond Index). Hasta hace poco, este índice abarcaba exclusivamente a países desarrolladas (alrededor de 21) que se consideraban como los de mejor criterio de inversión en el mundo en términos de materia de calificación crediticia, liquidez y facilidad de acceso. México fue el primer país latinoamericano en ser considerado y apenas la segunda economía, lo que contribuyó a un aumento en la demanda de extranjeros por los bonos gubernamentales mexicanos.
La entrada de inversión de cartera al país está asociada a los diferenciales de rendimiento y riesgo de México con el exterior. Esto significa que no es necesario un cambio en la percepción del riesgo-país o en los rendimientos que ofrecen los instrumentos financieros mexicanos por si solos. Más bien, necesitan cambiarse en relación con las alternativas existentes en otras naciones. Por lo mismo, movimientos significativos en este tema no necesariamente reflejan un cambio en el estado de la economía del país, sin embargo, sí pueden tener repercusiones importantes en el tipo de cambio y otras variables fundamentales de los mercados financieros.
Esta tendencia llegó a su fin en agosto del año pasado cuando Standard & Poor’s decidió bajar la calificación soberana de Estados Unidos de AAA a AA+. A partir de ese momento aparecieron nuevas dudas acerca de las posibilidades de crecimiento de la economía norteamericana y empezaron a manifestarse mayores problemas en torno a la deuda externa de Grecia. En especial, las mayores probabilidades de una crisis de deuda soberana europea con consecuencias mundiales derivaron en un periodo de alta volatilidad e incertidumbre en prácticamente todos los mercados financieros. Esto llevó a una reconformación de los portafolios de inversión a nivel mundial mediante la venta de bonos y valores de todo tipo para refugiarse en bonos que se consideraban como los menos riesgosos de todos, precisamente los gubernamentales de Estados Unidos.
Lo que siguió no solamente fue una salida de capitales de México, sino de prácticamente todos los países emergentes y de muchos desarrollados, para refugiarse en el dólar. Por lo mismo, la gran mayoría de las monedas del mundo sufrieron una depreciación contra el dólar. En México, el tipo de cambio se fue de 11.65 pesos por dólar a fines de julio a un máximo de 14.24 hacia fines de noviembre.
Cuando este tipo de correcciones bruscas ocurren, típicamente hay una sobrerreacción que lleva al tipo de cambio temporalmente a niveles superiores a lo que se podría considerar un nuevo equilibrio de mercado. Por lo mismo, la mayoría de los analistas anticipaban que en unos meses empezara a disminuir para terminar el año en niveles por debajo de 13 pesos. Sin embargo, la incertidumbre en torno a Europa se mantuvo a lo largo del resto del año y así el tipo de cambio terminó en 13.99 pesos. Aun así, muchos piensan que el ajuste fue exagerado y que eventualmente volveremos a observar una nueva tendencia a la baja. De hecho en enero ya hemos visto una apreciación gradual que ha llevado el tipo de cambio cerca de 13 pesos y en este momento todo apunta que pudiera situarse por debajo de 13 en las siguientes semanas.
¿Qué podemos esperar para el resto del año? En sí, el tipo de cambio siempre ha sido de las variables económicas más difíciles de proyectar. Esto se debe a que depende de flujos de inversión muy susceptibles a los acontecimientos globales. A grandes rasgos, si persiste la incertidumbre europea y la sensación de que afectará al resto del mundo, es de esperar que el tipo de cambio no solamente se quede en el rango de 13 a 14 pesos a lo largo del año, sino que incluso, pudiera volver a remontarse por encima de los 14 pesos. En cambio, si se encuentra alguna solución satisfactoria, o bien, se percibe que una recesión europea no afectará de sobremanera a Estados Unidos, es posible anticipar una tendencia de apreciación que pudiera llevar al tipo de cambio de regreso a niveles cercanos de 12 pesos.
Por lo pronto, la última encuesta de LatinFocus (10 de enero) señala que el consenso se ubica alrededor de 12.84 pesos para fin de año. La apuesta parece estar más a favor de una renovación de la estabilidad, que a favor de todavía más incertidumbre.