Este viernes, 21 de noviembre, el INEGI dará a conocer el crecimiento del PIB del tercer trimestre. El consenso apunta hacia una tasa anual ligeramente arriba de 2 por ciento, consistente con un avance trimestral menor al segundo, pero marginalmente mejor al primer trimestre. Después de conocer el dato, podríamos ver de nuevo revisiones a la baja en la previsión para 2014, que anda actualmente entre 2.3 y 2.4 por ciento (dependiendo de qué encuesta). Pero independientemente de las expectativas, ya quedó claro que la famosa reactivación del tercer trimestre fue mucho menos que la esperada.
Las expectativas de crecimiento de este año (y el próximo) han estado muy atados a la aprobación de las reformas, a la evolución de la economía de Estados Unidos, a la debilidad del consumo de los hogares y al nulo impacto (incluso negativo) del gasto público. Sin embargo, ahora tenemos un nuevo riesgo a la baja que cada día parece cobrar más importancia: el de la creciente inseguridad pública y la violencia derivada del caso de Ayotzinapa. ¿Qué tanto pesará en las expectativas de crecimiento?
Hay algunas personas que piensan que la situación actual es sumamente grave. El Director Editorial de un conocido periódico dice “que el país se encuentra en uno de sus peores crisis del último medio siglo”. Puede ser una crisis política muy grave, ¿pero qué tanto afectará al crecimiento económico? Desde hace diez meses, los “especialistas” en economía del Sector Privado que participan en la encuesta del Banco de México, lo han señalado con más frecuencia que cualquier otro, como uno de los principales factores limitantes al crecimiento de la actividad económica. Sin embargo, ahora es mencionado como limitante mucho más que antes.
El propio Banxico sorprendió cuando admitió en su anuncio de política monetaria del pasado 31 de octubre, que uno de los riesgos a la baja del crecimiento económico es “la posibilidad de una evolución de la actividad económica menos dinámica que la prevista en caso de que los recientes acontecimientos sociales en el país afecten las expectativas de los agentes económicos”. Dos semanas más tarde, pudimos leer sus minutas que decían que “los recientes acontecimientos sociales en el país podrían deteriorar los niveles de confianza de los agentes económicos, locales y extranjeros, con su consecuente efecto adverso sobre la inversión”.
El último en admitir que se ha vuelto un riesgo importante fue el FMI, que en el marco del Artículo IV de su Acta Constitutiva, evaluó la situación económica y perspectivas de nuestro país. Para realizar su evaluación, no solamente se reunió con las autoridades competentes, sino también con analistas del sector privado y representantes de la sociedad civil. Los temas revisados no se limitaron a las políticas macroeconómicas y financieras, sino que consideraron el conjunto de elementos que inciden en los resultados económicos del país. Aunque se dejó fuera del comunicado oficial, en una entrevista, Robert Rennhack (el encargado del equipo que evaluó a México), dijo que el problema de la inseguridad es un riesgo potencial, que ha funcionado como un freno al crecimiento. Sus palabras no solo fueron de advertencia sobre el futuro, sino también una admisión de que afecta el presente y ha afectado el pasado.
El gobierno le apostó a las reformas estructurales para crear el “Momento México”, un espejismo de fortaleza económica, que buscaba posicionar al país como tierra de oportunidades y que debería desatar inversiones en toda la economía. Sin embargo, el magro crecimiento económico de los primeros dos años, aunado a la percepción creciente de inseguridad, crimen, violencia e impunidad, han hecho que regresemos todos a la realidad. Ya no queda claro que los inversionistas extranjeros y nacionales se van a comprometer tan fácilmente con una situación tan compleja y potencialmente explosiva. Esto no necesariamente significa que ahora vamos en la dirección contraria; seguramente habrá crecimiento en México, pero con un potencial menor.
Ya vimos los efectos en el corto plazo en el turismo y en el comercio. En el puente, Acapulco tuvo una ocupación hotelera que apenas llegó al 50 por ciento, en vez de registrar niveles por encima de 90 por ciento en tiempos pasados. Aunque algunas autoridades estiman que las ventas del Buen Fin fueron buenas, otros anticipan que no tanto. Aun así, el comercio sigue mostrando mucha debilidad y se necesitará más que un buen Buen Fin para reactivarlo. Algunos analistas señalan que el crecimiento económico del año no llegará ni al 2 por ciento. ¿Será?