Después de 71 años del PRI, en 2000 votamos por el cambio. Vicente Fox ganó la presidencia con 43 por ciento de la votación, un poco más de seis puntos porcentuales por arriba de Francisco Labastida, el candidato del PRI. Fue una transición difícil, con miedo, ya que no le otorgamos mayorías en las Cámaras. A pesar de que Fox desilusionó, en 2006 volvimos a darle otra oportunidad a su partido, el PAN. En esta ocasión su victoria fue muy apretada y tampoco le dimos la mayoría en el Congreso. El PRI cayó a un tercer lugar con menos del 23 por ciento del voto. Pero igual que en el sexenio anterior, el PAN volvió a desilusionar, no pudo resolver los problemas más apremiantes y trajo nuevos. En 2012, la población votó por la alternancia. No convencido de la propuesta de izquierda, se decidió darle una nueva oportunidad al PRI, que convenció que era un partido renovado, pero con la experiencia para resolver nuestras inquietudes. El PAN quedó relegado a un tercer lugar con 25 por ciento del voto. En esta ocasión, el PRI más que desilusionó, causó furor y enojo, y el pueblo respondió con contundencia. Gana AMLO con más del 50 por ciento del voto y mayoría legislativa. Su victoria es tan contundente, que queda con una ventaja de 14 puntos porcentuales por arriba de la suma del PAN, PRD y PRI. El PAN termina en segundo lugar, pero con un porcentaje menor al de seis años antes cuando alcanzó el tercer lugar. Meade, el candidato priista (de corazón, aunque quizá no de afiliación) quedó en el olvido, sin ganar un solo estado e incluso, quedando en tercer lugar en la mayoría de las 32 entidades federativas.
En cinco meses tendremos un nuevo gobierno, un nuevo estilo de gobernar, una nueva política económica y un sentido social diferente. A pesar del abrumador respaldo que tendrá, hay un buen número de mexicanos, con una marcada ideología de derecha, que expresa miedo, dudas y hasta fobias. Anticipa un desastre, inflación rampante y una política descaminada. En el extremo, tenemos a varios que están convencidos que terminaremos igual o peor que Venezuela. Hay varios que tratan de confundir, alegando que ni siquiera será un gobierno de izquierda. No obstante, más que nada, veo a este segmento de la población confundido. Por ejemplo, un estudio de una institución financiera que se considera seria (Merrill Lynch Bank of America), divulgó un estudio que anticipa buen crecimiento en el primer año ante un gasto público desmedido, para después caer en estancamiento e inflación con un déficit fiscal creciente.
Discrepo de estas interpretaciones. De entrada, no hay duda de que el gobierno entrante será de izquierda. Sin embargo, no será una izquierda irresponsable de antaño, que no entiende (o no quiere entender) como funciona el mercado, que emprende una lucha continua contra el sector privado que ve como enemigo. No. Lo veo como un gobierno que entiende la restricción presupuestal, que sabe la importancia de la estabilidad macroeconómica, pero que quiere una política de inclusión y un gasto público eficiente. Podré no comulgar con todas sus propuestas, pero difícilmente puedo discrepar de los lineamientos principales.
Para mí, AMLO ha sido claro. En su discurso del domingo dijo “en materia económica, se respetará la autonomía del Banco de México; el nuevo gobierno mantendrá disciplina financiera y fiscal”. “Vamos a actuar en forma respetuosa y la transición va a ser ordenada, para que se mantenga la estabilidad económica y financiera, que no haya sobresaltos, para que de esta manera podamos sacar adelante a nuestro país.” Esto no solo lo dijo al conocer los resultados de la elección, lo ha dicho a lo largo de su campaña. ¿Qué es lo que sí hará distinto?
Definitivamente va a gastar diferente. Va a buscar un gasto más eficiente, más productivo. Es muy posible que no estaré de acuerdo con algunos de sus programas, inversiones o planes. Sin embargo, no puedo estar peleado con un gasto eficiente. En esta columna, en un análisis del sexenio de EPN dije “nunca habíamos visto un gobierno gastar tanto sin producir tanto. La ineficiencia creciente del gasto público es casi por sí misma, la tragedia más grande de este sexenio”. Queríamos que esto cambiara. Pues para bien o para mal, tendremos el cambio.
Por lo pronto, es nuestro México. Doy mi voto de confianza y desde mi trinchera haré lo posible para contribuir a la mejoría que tanto deseamos.