A raíz de la gran recesión de 2008-2009, la tasa de desempleo urbano en México llegó a registrar un máximo de 7.6 por ciento en julio de 2009. A mediados de ese año empezó la recuperación y la tasa disminuyó paulatinamente hasta llegar cerca de 6.0 por ciento a principios de 2011. No obstante, a partir de entonces habíamos observado una tendencia lateral, alrededor de 5.9 por ciento, que duró aproximadamente 44 meses (de enero 2011 a agosto 2014). El crecimiento económico de los últimos cuatro años simplemente no fue lo suficiente para disminuir el desempleo.
Sin embargo, los últimos datos de la Encuesta Nacional de Ocupación y Empleo (ENOE) muestran que el comportamiento ha cambiado. A partir de septiembre de 2014, vemos una clara tendencia a la baja; en marzo de 2015 la serie de tendencia-ciclo llegó a 5.1 por ciento, un punto porcentual completo por debajo del nivel registrado apenas hace nueve meses. En la serie normal (ajustada por estacionalidad), vimos una primera disminución significativa en noviembre cuando llegó a 5.3 por ciento (de 5.8 por ciento en octubre) y después una baja adicional en diciembre a 5.0 por ciento.
En un principio, la tasa de diciembre parecía ser un “outlier” (aberración estadística), típico de la alta varianza de los datos de la ENOE, por lo que esperábamos que subiera de nuevo en enero cerca de su tendencia. Aunque sí aumentó en enero y de nuevo en febrero, los incrementos no fueron realmente tan significativos (5.1 y 5.3 por ciento, respectivamente). Más aun, en marzo se registró una nueva disminución a 5.0 por ciento, la tasa más baja que se ha observado desde octubre 2008 (de los últimos 77 meses). Ya podemos afirmar que estamos ante una mejoría indiscutible y lo que corresponde ahora es preguntarnos por qué y qué implicaciones tiene.
En paralelo a esta convalecencia laboral, hemos visto a partir de enero de este año un incremento importante en el consumo de los hogares. Los primeros indicadores en señalar la mejoría fueron las ventas a tiendas totales de la ANTAD y las ventas internas de automóviles de la AMIA (para enero, febrero y marzo). En seguida el INEGI reportó la mejoría comentada en el desempleo (en los primeros tres meses del año) y un repunte en las exportaciones no petroleras (a partir de marzo). Posteriormente, el INEGI señaló aumentos en las ventas al por menor (para enero y febrero) y en el consumo privado interno de la economía (para enero). Estos datos duros, aunado a una mejoría en los índices que produce la Encuesta Nacional de Confianza del Consumidor (ENCO), muestran claramente que el consumo familiar empieza a recuperarse después de dos años de estancamiento.
Hace un mes cuando veíamos las primeras indicaciones de esta mejoría, vertimos algunas hipótesis. La primera es que estamos sintiendo los efectos del gasto electoral en miras a las elecciones de mitad de sexenio de junio. No parece ser el caso, ya que los efectos positivos se empezaron a sentir mucho antes de lo que pudiera ser un mayor gasto público. Una segunda es que existe una demanda reprimida que se empieza a satisfacer. Sin embargo, sin la contrapuesta de una mejoría en el ingreso, no parece ser una explicación satisfactoria. Finalmente, tenemos que el incremento observado en la inversión privada empieza a tener efectos positivos en la generación de empleo, una mejoría en las perspectivas de ingreso y aumentos en el consumo. Ojalá que esta última sea la hipótesis con mayor peso, ya que tiene las mejores implicaciones para el crecimiento económico de aquí en adelante. Simplemente veamos el último dato de la importación de bienes de capital, que en marzo crecieron 13.2 por ciento respecto al año pasado.
Si bien es cierto que el dato del IGAE de febrero no fue tan bueno, la mayoría de los indicadores que giran alrededor de las actividades terciarias empiezan a dar señales de mejoría. Obviamente necesitamos más datos, pero por lo pronto parece que las perspectivas pudieran mejorar por primera vez en lo que va el sexenio.