A diferencia de las anteriores, la cuarta ronda de negociaciones fue básicamente un fracaso. Quedó claro que el objetivo central de Estados Unidos, de reducir sustancialmente su déficit comercial, ha llevado a sus negociadores a plantear propuestas inverosímiles. La idea de tener una cláusula de extinción del Tratado a los cinco años si los tres países no piden su ratificación es absurda, ya que inyecta incertidumbre a cualquier decisión de inversión, justo lo que un tratado busca evitar. Elevar el contenido regional a 85 por ciento, junto con un requisito de que 50 por ciento sea de origen estadounidense, no solo haría que la industria automotriz de Norteamérica dejara de ser competitivo, sino que haría que el Tratado fuera irrelevante para este sector; las decisiones futuras estarían en función de las reglas de la OMC. En línea con estas dos, Estados Unidos puso sobre la mesa otras propuestas igualmente absurdas.
Trump ve el TLCAN como mal tratado porque incentivó que la producción manufacturera y sus empleos se fueran de su país a México, mediante una estructura rígida de salarios muy bajos, caracterizada por una falta aguda de derechos laborales. Si la nueva versión del TLCAN no corrige esta situación e incita una disminución significativa de su déficit comercial con nuestro país, no importa que cláusulas positivas tenga, simplemente no va ser aceptable. Pudiéramos realizar el mejor cabildeo posible, pudiéramos esbozar los mejores argumentos técnicos y políticos posibles y pudiéramos proponer clausulas verdaderamente positivas para todos, pero sí no vislumbra una reducción en el déficit de Estados Unidos, todo será irrelevante. No importa si la lógica de Trump es falsa o imaginaria, nada lo va convencer de lo contrario.
Lo anterior ya lo sabíamos. No obstante, manteníamos cierta esperanza de que el razonamiento económico prevalecería sobre la visión de Trump de que el comercio exterior es un juego de suma cero en el cual un déficit comercial es sinónimo con ser el perdedor en una relación comercial. Pero la ronda cuatro de la negociación prácticamente mató esa esperanza. El equipo negociador de Trump no va a ceder en su objetivo central; si no logra un nuevo acuerdo que reduzca su déficit, no habrá un TLCAN 2.0. El problema fundamental es que no hay cláusulas mágicas, que sean aceptables para México y Canadá y que permite que el TLCAN siga con vida.
Por lo mismo, en este momento estimo las probabilidades de que las negociaciones sean exitosas en mucho menos de un 50 por ciento. Pero ¿por qué no ya prácticamente cerca de cero? Lo único que mantiene una muy pequeña esperanza es que Estados Unidos aceptó prolongar el periodo de negociación, lo que nos hace pensar que sí quiere un nuevo acuerdo. No obstante, el acuerdo que quieren no va cambiar de objetivo central, por lo que es ahora mucho más probable que el TLCAN pronto sea cosa del pasado.
Ya debemos prepararnos para esta nueva etapa del país. Aunque es muy difícil cuantificar los impactos de este escenario, sí podemos visualizar un desplome en la inversión en el corto plazo y efectos negativos en el comercio exterior. Sin embargo, lo que más se verá afectada es, sin duda, el tipo de cambio; es la variable de ajuste por excelencia. De hecho, dado que se determina por las fuerzas de mercado, se ajustará lo que sea necesario para corregir cualquier desequilibrio que pudiera provocar la salida de Estados Unidos del TLCAN. La ironía es que, ante un régimen de flotación, el déficit comercial de Estados Unidos no desaparecerá, con o sin el TLCAN.
Ante la amenaza de que uno de los tres países pudiera inducir una devaluación de su moneda con propósito competitivo, se ha hablado de suscribir un compromiso indicativo y no vinculante para los tres países de que no manipulan sus monedas. Estados Unidos quiere mandar una señal muy clara de que los países deberían tener tipos de cambio determinados por las fuerzas de mercado. Pero aquí el problema es que será el mercado el que induzca la depreciación del peso mexicano ante la terminación del TLCAN.
Si Estados Unidos se sale del TLCAN, ¿hasta dónde se iría el tipo de cambio? Hemos visto que, ante estas situaciones, la dinámica cambiaria casi siempre conlleva un sobreajuste. En el corto plazo, pudiéramos visualizar nuevos máximos en exceso de los 22 pesos por dólar que vimos en enero de este año. ¿Pero en el mediano y largo plazo?