A partir de 2015 México se volvió importador neto de petróleo al exportar menos petróleo crudo que lo que se importa de gasolina y derivados de petróleo. Afortunadamente, a partir de 2017 tuvimos un superávit no petrolero con el exterior, fundamentalmente por nuestras exportaciones del sector automotriz. Las exportaciones automotrices crecieron 43.3 por ciento de 2012 a 2017 para representar casi 35 por ciento de las exportaciones manufactureras del país. En el mismo lapso, las exportaciones manufactureras no automotrices crecieron 11.3 por ciento. Los productos automotrices en su conjunto arrojaron un superávit mayor a los 45 mmd al año. En otras palabras, México se ha transformado de ser un país exportador neto de petróleo a un exportador neto de productos automotrices. Si no fuera por este sector, tendríamos un déficit muy abultado, que seguramente hubiera presionado enormemente al tipo de cambio y hubiéramos crecido aún menos.
La reflexión anterior nos llevó desde mediados del año pasado, cuando arrancaban las negociaciones para el TLCAN 2.0, a poner especial énfasis en el capitulo correspondiente al sector automotriz. Incluso, llegamos a pensar que el éxito o fracaso relativo del tratado se podría reducir casi a este solo tema. Dado que el objetivo principal de Estados Unidos en la negociación era disminuir el déficit que tiene con México, quedaba claro desde un principio que esto implicaba disminuir drásticamente nuestro superávit automotriz, que es prácticamente lo único que explica que el saldo comercial sea a nuestro favor. El problema fundamental es que no tenemos con qué reemplazarlo, por lo que un TLCAN 2.0 con una transformación radical en este sector puede, potencialmente, traer peores consecuencias que incluso ya no tener un tratado.
La semana pasada se anunció que Estados Unidos y México habían llegado a un acuerdo. Todavía no es el TLCAN 2.0, ya que falta ver el papel que jugará Canadá, que en principio podría implicar algunos cambios, modificaciones y adiciones, y todavía queda por adelante todo el proceso de aprobación. No obstante, queda claro que ya conocemos lo fundamental. Sin lugar a duda, es un mal acuerdo, simplemente porque México sacrificó el sector automotriz con tal de continuar con el TLCAN.
Lo más conocido fue haber cedido en las reglas de origen, mediante un aumento del contenido regional al 75 por ciento y una nueva cláusula en que el 40 por ciento del contenido de vehículos ligeros sea producido en zonas con trabajadores que reciban por lo menos de 16 dólares por hora. Con esto, queda claro que la mayoría de los automóviles que exportamos a Estados Unidos tendrá que adaptarse radicalmente, o bien, simplemente desaparecer. Sin embargo, hay más. Si por algunas razones desconocidas, México logra una recomposición en sus insumos para cumplir con los nuevos parámetros y seguir aumentando sus exportaciones de automóviles a Estados Unidos, enfrentamos un tope, ya que se acordó que podrán poner un arancel de 25 por ciento a nuestras exportaciones si rebasamos ciertos volúmenes. Peor aún, habrá un capítulo de divisas para castigar la “manipulación” del tipo de cambio. Ante lo anterior, la única salida que tendría México si empieza a registrar un déficit comercial mayor, sería experimentar un ajuste vía el tipo de cambio. Sin embargo, hasta en eso Estados Unidos se ha protegido.
En términos generales, los editores de la revista The Economist han señalado que el acuerdo hará que el TLCAN sea peor que antes, mediante sus nuevas regulaciones costosas que provienen de una lógica económica fallida. Dice que las concesiones de México son perniciosas en términos económicos. El resultado será menos productividad, precios mayores para consumidores y una industria automotriz menos competitivo en toda la región. Prevé una situación mucho más caótica en el futuro. En otras palabras, todos salimos perdiendo.
Sí, todos salimos perdiendo, pero México mucho más. En el mejor de los casos, tendremos un sector automotriz que va a crecer mucho menos que antes y contribuir menos al saldo comercial. Sin embargo, enfrentamos un peligro todavía mayor. Si la industria no logra adaptarse, podríamos estar ante su lento desmoronamiento, que podría implica menos empleo, menos inversión, una moneda más débil y mucho menos actividad económica.
Al final de cuentas, el acuerdo significa que México tendrá que reinventarse, proceso que podría tardar mucho tiempo. Pero ¿cuánto tiempo tenemos? En vías de mientras, ¿la pobreza?, ¿la disparidad regional?, el empleo mal remunerado? Ojalá que esté equivocado.
Exelente, mi reconociendo amplio por su designación al BANXICO