La inflación terminó el año con una tasa de 3.97 por ciento, 40 puntos base más que la tasa de 3.57 por ciento de 2012 y ligeramente por debajo de 4.0 por ciento, el límite superior del rango de variabilidad del Banco de México. Con este resultado se cumplen tres años consecutivos que la inflación termina el año por debajo de 4.0 por ciento, siendo ésta la primera vez desde que existe el Índice Nacional de Precios al Consumidor. Desde 2003, que fue la primera vez que la inflación terminó el año por debajo de 4.0 por ciento, se ha logrado cumplir con esta “meta” en siete de los últimos once años. El promedio de las tasas de fin de año de estos años es 4.2 por ciento.
No obstante los relativamente buenos resultados, el Banco Central todavía no cumple su objetivo, que es una tasa de 3.0 por ciento puntual dentro de un rango de variabilidad de más/menos 1.0 por ciento, es decir, que fluctúe entre 2 y 4 por ciento alrededor de 3 por ciento. Más bien, el resultado ha sido una fluctuación entre 3.57 y 6.53 por ciento, alrededor de 4.20 por ciento. Si tomamos promedios en vez de fines de año, ha fluctuado entre 3.41 y 5.30 por ciento. Si consideramos sólo los últimos tres años, hemos experimentado un promedio de 3.78 dentro de un rango de 3.41 a 4.11 por ciento.
De hecho, pocos creen que se llegará a realmente cumplir con la meta; el consenso entre las instituciones bancarias es que la inflación girará alrededor de 3.50 por ciento entre 2016 y 2020. Medio punto porcentual suena poco, pero si consideramos que el objetivo de Estados Unidos es de 2.0 por ciento anual, después de cinco años se producirá una brecha de 7.7 puntos porcentuales con nuestro principal socio comercial.
¿Qué le falta al Banco para cumplir cabalmente su objetivo? El problema radica en el componente no subyacente del índice de precios, que es precisamente la parte que está fuera del control de la política monetaria. De hecho, la inflación subyacente ha promediado 3.0 por ciento en los últimos tres años con una clara tendencia a la baja. En cambio, la inflación no subyacente ha promediado 6.3 por ciento en el mismo periodo.
La inflación no subyacente tiene dos partes: los precios agrícolas y los energéticos y tarifas autorizadas. Aunque el primer componente depende claramente de la oferta y la demanda, sus precios se caracterizan por una alta variabilidad que distorsiona el análisis de la inflación en el corto plazo. Igualmente suben mucho en un año, pero pueden bajar en el siguiente. No obstante, su tendencia de largo plazo debería ser similar a la del componente subyacente.
En cambio, los precios de los energéticos y las tarifas autorizadas por el gobierno son producto de una política pública, que se ha orientada a subir los precios de los energéticos sistemáticamente por encima de la inflación general y de realizar ajustes descontinuos y a veces absurdos (como la tarifa del Metro en la Ciudad de México) en las tarifas. Queda claro que de continuar con esta política, será prácticamente imposible cumplir con un objetivo de inflación puntual de 3 por ciento.
En 2014 será sumamente difícil cumplir con el objetivo, primero porque continuará la política de precios de los energéticos y segundo, por el impacto de la reforma fiscal sobre los precios, que junto al incremento en la tarifa del Metro empujará la inflación a tasas cercanas a 5 por ciento en el primer trimestre del año. Sin embargo, todos los elementos que explicarán el aumento en la inflación están fuera del control de la política monetaria; todos son consecuencia directa de las políticas del gobierno federal. El Banco de México verá su papel limitado a resguardar los efectos secundarios e indirectos de los incrementos implementados por el gobierno.
Por lo pronto, no podremos juzgar a las autoridades monetarias en función de cumplimiento cabal del objetivo de una tasa general de 3.0 por ciento, ya que no está completamente bajo su control. Más bien, el Banco debería cambiar su objetivo hacia una tasa, menor a 3.0 por ciento, de la inflación subyacente. De hacerlo así, México no sería el primer país; son muchos que califican el desempeño de su banco central en términos de la parte que sí puede controlar más fácilmente.
En este sentido, si consideramos que la tasa no subyacente estará casi siempre por encima de 3 por ciento, habría que fijar el objetivo de la subyacente en 2.5 o 2.0 por ciento. Esto le daría mayor transparencia a la política monetaria y reconocería que no puede impedir políticas públicas que tengan impactos sobre los precios.