Escrito para “México, ¿Cómo Vamos?”, en Animal Político, 1 de septiembre de 2020
Desde que la OMS declaró la existencia de una pandemia a mediados de marzo, los analistas han estado revisando continuamente a la baja sus proyecciones para el crecimiento del PIB de este año. A principios del mes, prácticamente todas las instituciones financieras anticipaban una tasa positiva para el crecimiento. Al anunciarse la pandemia, primero disminuyeron sus estimaciones para este año a -4.0 por ciento, para después ir revisando a la baja cada mes hasta llegar a un consenso cercano a -10.0 por ciento en agosto. Pero desde que el INEGI dio a conocer su estimación oportuna del PIB para el segundo trimestre (a finales de julio) estas proyecciones se han estabilizado. Ahora existe cierto consenso en que habrá tasas positivas en los dos últimos trimestres del año y un crecimiento alrededor del 3.0 por ciento para 2021.
La caída acumulada en la primera mitad del año fue -18.0 por ciento. Para que el PIB de 2020 termine en -10.0 por ciento, significa que el crecimiento acumulado en la segunda mitad del año tendrá que ser 11.8 por ciento. Sin bien significa que la recuperación empezaría a manifestarse, el nivel del PIB que se observaría a finales de este año apenas se encontraría en el nivel observado a fines de 2014. Ante esta situación, la pregunta que todos estamos haciendo es ¿cuánto tiempo más durará la etapa de recuperación?, es decir, ¿cuándo será que regresaremos al último pico observado en el nivel del PIB que se manifestó en el tercer trimestre de 2018?
Tratándose del futuro, realmente no sabemos, ya que son demasiadas cosas las que pudieran ocurrir para que la recuperación sea relativamente rápida, o bien, para que se prolongue más allá de lo que pudiéramos pensar. Sin embargo, la mayoría de los escenarios que hemos observado arrojan un rango de dos a seis años. Veamos primero los números, para después lucubrar sobre las distintas posibilidades, caminos y políticas que pudieran caracterizar esta fase.
La primera observación tiene que ver con el efecto rebote, que se debe considerar al contar con una base de comparación muy reprimida. En el pasado, siempre que hemos experimentado una caída pronunciada en la actividad económica, se ha observado una tasa de crecimiento elevada en el periodo subsecuente. Por ejemplo, después de caer -6.3 por ciento en 1995, crecimos 6.8 por ciento al año siguiente. Después de caer -5.3 por ciento en 2009, crecimos 5.1 por ciento en 2010. En el caso específico de 2020, la caída aguda se explica por el cierre de establecimientos y empresas, en combinación con las políticas de confinamiento para los hogares. En el segundo trimestre se cerraron fronteras, apagando casi por completo nuestro principal motor de crecimiento que son las exportaciones. Al volver abrirse la economía y relajar las políticas de confinamiento, el efecto rebote debería ser más pronunciado que en otras ocasiones. En junio las exportaciones crecieron 75.7 por ciento mientras que el IGAE aumentó 8.9 por ciento. De alguna forma, este efecto ya está incorporado en las proyecciones de crecimiento para la segunda mitad del año. Como comentamos, después de caer -18.0 por ciento en la primera mitad, se espera crecer 11.8 por ciento en los dos últimos trimestres.
Sin embargo, los analistas en general anticipan que el efecto rebote no tendrá mayor repercusión más allá de la segunda mitad del año. La proyección de consenso de 3.0 por ciento para 2021 implica crecer a tasas muy bajas en cada uno de los trimestres, llegando para fines del año al nivel del PIB observado a mediados de 2015. Si para entonces, tenemos el semáforo epidemiológico en verde y una apertura total en todos los sectores de la economía, se podría pensar que la actividad económica se recupere algo más de lo previsto. Queda claro que habrá establecimientos que cerrarán permanentemente y que ciertas actividades tardarán mucho tiempo en reestablecerse por completo. Sin embargo, sin grandes desequilibrios en la economía, con un sistema financiero relativamente sano y sin restricciones de por medio, debería ser factible experimentar algo del efecto rebote en 2021. Ojo, esto no significa regresar a los niveles pre-pandémicos el año entrante. Por ejemplo, crecer 6.8 por ciento en 2021 nos colocaría a penas al nivel del PIB observado a mediados de 2017.
A partir de 2022 es difícil pensar que pudiéramos acelerar el ritmo de crecimiento por arriba del promedio histórico sin haber resuelto las restricciones estructurales que nos impidieron crecer más en las dos décadas anteriores. El último consenso reportado para el crecimiento promedio en los próximos diez años es de 2 por ciento, una tasa relativamente pesimista y por debajo del promedio de crecimiento observado en último cuarto de siglo. Pensemos en dos escenarios para la trayectoria de recuperación en que en ambos escenarios tengamos una tasa promedio de 2.0 por ciento promedio para 2022 en delante, siendo la única diferencia el crecimiento de 2021. En un escenario plantemos una tasa de 3.0 por ciento (sin efecto rebote) y en el otro una de 6.8 por ciento (con efecto rebote). La simple diferencia nos marca que “sin rebote” regresamos al pico anterior del tercer trimestre de 2018 a principios de 2026, es decir, tendríamos una etapa de recuperación que dura prácticamente seis años. En el escenario “con rebote” la recuperación duraría dos años, al alcanzar el pico anterior en el primer trimestre de 2023.
Si utilizamos las proyecciones de los analistas que contestan la Encuesta de Expectativas de los Especialistas en Economía del Sector Privado, que levanta el Banco de México cada mes, la fase de recuperación termina en el primer trimestre de 2026. Si tomamos la tasa de crecimiento promedio anual (2.4%) observada de 1993 a 2019, esta recuperación termina en el segundo trimestre de 2025. Al final de cuentas, lo que más va influir en la duración de esta fase será el tamaño del rebote de 2021. Por tanto, la primera conclusión sería que el gobierno debería enfocar sus esfuerzos inmediatos en asegurar un efecto rebote en 2021 y así acortar significativamente el tiempo que podría durar la fase de recuperación.
Pero dejando atrás los números, ¿Cómo vislumbramos la recuperación? En el muy corto plazo, el componente del PIB por el lado del gasto que más rápido debería recuperarse son las exportaciones. Las cifras de la balanza comercial señalan tasas de crecimiento para las exportaciones de 75.7 y 9.8 por ciento para junio y julio, respectivamente, después de disminuciones consecutivas de -3.7, -37.3 y -21.6 por ciento, para marzo, abril y mayo, respectivamente. Esto coloca el nivel de exportaciones de julio a -8.6 por ciento del nivel de febrero, sin conocer cómo se traducirán estos números al hacer la conversión de la balanza comercial a las cuentas nacionales. Con la apertura total de fronteras, la reactivación de la economía de Estados Unidos, la entrada en vigor del T-MEC y un tipo de cambio favorable para las exportaciones, es factible pensar que pudiéramos observar niveles de exportación pre-pandémicas antes de terminar el año.
El siguiente paso será la recuperación del consumo de los hogares, que empezará a gestionarse en el corto plazo, pero su horizonte se vislumbra más de mediano plazo. El consumo está en función del ingreso disponible, que a su vez está estrechamente ligado al panorama del empleo. Una buena parte de los empleos perdidos en el segundo trimestre se pueden considerar como ausencia temporal de trabajo, es decir, un desempleo ante el cierre de establecimientos, que debería revertirse con la apertura. Sin embargo, una parte son empleos que no se van a recuperar, producto de establecimientos que no pudieron sobrevivir estos meses sin ingresos y vieron su capital de trabajo agotado. El impacto mayor fue sobre las ocupaciones informales, que se caracterizan por su mayor flexibilidad. En los siguientes meses veremos una creación de empleos continuo, tanto formal como informal, siendo el paso de este proceso crucial para la recuperación del consumo.
Sin embargo, no sólo debemos estar atentos a la creación de empleos, sino también a los sueldos y salarios de las personas que logran encontrar una nueva ocupación. En esta etapa del ciclo económico es altamente probable que la mayoría de las contrataciones serán con salarios menores a los anteriores. Esto significa que aunque muchas personas podrán volver a trabajar, sufrirán una pérdida en su poder adquisitivo. Esto no solo tendrá un efecto negativo en la recuperación del ingreso disponible de las familias, sino también en los patrones de consumo de los hogares, afectando en formas diferenciadas a los diversos sectores de la economía. Los sectores más vulnerables serán los de servicios vinculados al esparcimiento, turismo y actividades no esenciales.
El empuje de las exportaciones debería ayudar a reponer algo del empleo perdido y contribuir a la recuperación del ingreso disponible. Sin embargo, su fortaleza por sí sola no será suficiente. Sería la reactivación de la actividad económica interna la que, al final de cuentas, marcará la diferencia y determinará la magnitud del efecto rebote en 2021. Los analistas que anticipan una tasa de crecimiento de 3.0 por ciento o menos el año entrante, no ven una reactivación suficiente en el consumo de los hogares y por lo tanto, no esperan que se dé un efecto rebote en el año. En cambio, los que ven una tasa mayor esperan una generación de empleo mayor suficiente para incidir en la recuperación de este componente. Habíamos dicho que el efecto rebote del año entrante será crucial para acortar el tiempo de recuperación. ¿Qué tiene que hacer el gobierno? Fomentar la recuperación del empleo y minimizar el cierre de establecimientos.
¿Cómo se vislumbra el mediano y largo plazo? Aquí es donde figura el componente del PIB que no se había mencionado hasta ahora, la inversión fija bruta (IFB). La única forma de superar el crecimiento histórico promedio de 2.4 por ciento anual, es mediante la reactivación de la inversión, cuyo crecimiento fue prácticamente nulo entre 2016 y 2018 y negativo en 2019. Para esto se necesita fortalecer el estado de derecho, reducir la incertidumbre, combatir eficazmente el problema de seguridad pública y reducir drásticamente el riesgo-país.
Un mayor crecimiento económico sostenido no solo ayudará a generar más empleos en el futuro y mejorar el ingreso disponible, sino también incrementar los ingresos tributarios y fortalecer las finanzas públicas. Esto a su vez, hará más fácil el combate a la pobreza y armar una estrategia de largo plazo encaminado a una mejor la distribución del ingreso.