Articulo publicado en el periodico El Financiero, lunes, 29 de agosto de 2011.
Ante nuevos signos de vulnerabilidad y debilidad en la economía norteamericana que han aparecido en agosto, los mercados financieros han mostrado una mayor aversión al riesgo. La gran incógnita es si la economía de Estados Unidos enfrenta sólo una desaceleración o si entrará de nuevo a una recesión. La gota que derramó el vaso fue la decisión de denigrar la sagrada calificación de AAA del gobierno norteamericano, pero en el fondo fue más que nada un pretexto que se utilizó para enfatizar la incertidumbre que se venía discutiendo.
La recuperación actual, que empezó en junio de 2009, provino de estímulos fiscales y monetarios sin precedentes, que si bien han logrado reactivar el consumo, no han salvado a Estados Unidos de registrar una de las recuperaciones más lentas de su historia. El miedo más marcado que enfrentan los mercados es que si los estímulos se retiran, ya no habrá suficiente fuerza para seguir avanzando y la economía podría volver a caer en recesión.
La preocupación se agudizó cuando el ala extrema de los Republicanos obligó a Obama a llegar a un acuerdo para ampliar el techo de la deuda pública que conlleva recortes significativos en el gasto público. Esto implica el fin del estimulo fiscal y peor aún, la imposibilidad de aplicar una política fiscal anticíclica si Estados Unidos entra de nuevo en recesión.
Aunque la recuperación empezó hace un poco más de dos años, no han cerrado todas las cicatrices de esa crisis en Estados Unidos (ni en muchas partes del mundo). La tasa de desempleo permanece muy elevada, el mercado de vivienda sigue estancado, la confianza del consumidor está muy errática y las familias norteamericanas todavía ahorran poco. Ante esta coyuntura no sólo se asoma el fin del gran estimulo fiscal, sino también parece que la política monetaria expansiva de Bernanke llegó a sus límites.
Obviamente hay similitudes con la crisis que vivimos hace tres años. Pero son las diferencias lo que más preocupa. El mes anterior al comienzo de la recesión de 2008-2009, la tasa de desempleo en Estados Unidos estaba en 4.7 por ciento, el gobierno podía instrumentar una política fiscal contracíclica y la Reserva Federal tenía margen para bajar su tasa de política monetaria y llevar a cabo una expansión sin precedentes. En buena medida estas políticas evitaron que la recesión fuera más profunda y prolongada y dieron entrada a la recuperación.
Ahora la tasa de desempleo se ubica en 9.1 por ciento y no hay margen para la implementación de políticas contracíclicas. Esto significa que si Estados Unidos entra en recesión, empezará en condiciones mucho peores que en la anterior y no podrá llevar a cabo políticas correctivas. Puede ser que nuestro vecino se salve de la recesión, pero sí podemos estar seguros de que habrá por lo menos un periodo prolongado de estancamiento en lo su gobierno lleva a cabo los ajustes estructurales necesarios para reducir su dependencia en cuanto a deuda y sanear sus finanzas públicas.
¿Cómo queda México en todo esto? Es sumamente conocida la dependencia que tenemos de Estados Unidos. Por más que el gobierno quiere hablar de la fortaleza de la economía interna, en realidad sabemos que tenemos un solo motor de crecimiento que son las exportaciones no petroleras: si se apaga este motor, la economía interna de nuestro país se estanca. Simplemente no tiene la fuerza suficiente como para crecer por sí sola.
La estabilidad macroeconómica, las reservas internacionales, una banca saneada, un balance externo muy bajo y finanzas públicas no tan malas, ayudarán para amortiguar el golpe, pero no para evitarlo. Si Estados Unidos entra en recesión, no hay duda alguna de que nosotros también. Si simplemente entra en una etapa de estancamiento prolongada, asimismo compartiremos esa suerte.