El jueves 23 de abril, nos dijo el INEGI que las actividades terciarias crecieron en febrero apenas 0.04 por ciento respecto al mes anterior. En especial, el comercio tuvo un desempeño negativo de -0.43 por ciento. Fue una sorpresa, ya que las cifras de la AMIA y la ANTAD para el mismo mes habían sido muy buenas y existe cierta evidencia de una recuperación en el consumo de los hogares en el primer trimestre del año. El sentir se confirmó al día siguiente (viernes 24), cuando el INEGI reportó que los ingresos obtenidos por las empresas comerciales al por menor por el suministro de bienes y servicios (antes conocido como ventas al por menor) aumentó 0.5 por ciento (y a tasa anual 5.5 por ciento). También reportó que las ventas al por mayor crecieron 1.3 por ciento y los ingresos por la prestación de servicios privados no financieros aumentaron 0.6 por ciento.
A primera vista, resulta difícil reconciliar que el comercio al por menor crece 0.5 por ciento y al por mayor 1.3 por ciento, pero el total del comercio disminuye -0.43 por ciento. En teoría, el INEGI desglosa la actividad económica (PIB) en 20 sectores, lo que el Sistema de Clasificación Industrial de Norte América (SCIAN) llama la desagregación a dos dígitos. Sin embargo, en la práctica solo reporta 19 sectores, ya que el Comercio al por mayor (43) y el comercio al por menor (46) los reportan juntos como Comercio (43-46). La razón es que hay una parte relativamente importante del comercio que el INEGI no puede distinguir si pertenece al sector 43 o al 46. ¿Cuál es? Básicamente, es el comercio informal que imputa el Instituto mediante técnicas que realmente ignoramos.
La Encuesta Nacional de Empresas Comerciales (ENEC) tiene una cobertura del 87.9 por ciento de las empresas que comercian al por mayor en 18 ramas, mientras que la cobertura es del 99.4 por ciento de las que comercian al por menor en 22 ramas. Sin embargo, la encuesta abarca las empresas formalmente constituidas, lo que significa que no incluye el comercio informal, que intuitivamente sabemos que deber ser una porción significante del total. Cuando el INEGI realiza el cálculo del comercio, que forma parte de las actividades terciarias y del PIB, incorpora parte del comercio informal mediante el consumo aparente y otros métodos indirectos, por lo que el crecimiento que reporta la ENEC no necesariamente corresponde al que forma parte de las cuentas nacionales. En este cálculo, el INEGI no logra distinguir que parte le corresponde al sector 43 y que parte al 46, por lo que termina reportando el comercio como un todo (43-46). Esto nos lleva a una primera conciliación de cifras aparentemente contradictorias: mientras que el comercio formal tuvo un buen desempeño en febrero, la parte informal habrá disminuido.
Sin embargo, existe otro problema con las cifras del INEGI relacionado con las series estacionales. El INEGI ajusta todos sus indicadores directamente, es decir, realiza los cálculos correspondientes en la totalidad y en cada uno de sus componentes por separado. La alternativa sería hacer los ajustes en los componentes solamente y después mediante una suma ponderada, obtener el total. En principio, sonaría más lógico realizar el ajuste por el método indirecto, ya que así aseguraría siempre que la suma de las partes es igual al total. Pero el INEGI prefiere realizar el ajuste directo en el total, aun sabiendo que no va corresponder con la suma de las partes. Por ejemplo, para febrero el INEGI reportó que las actividades primarias disminuyeron -5.06 por ciento, las secundarias aumentaron 0.21 por ciento y las terciarias 0.04 por ciento. Dado que las actividades primarias tienen una ponderación muy pequeña en la economía en su conjunto, deberíamos esperar que el total tuviera una tasa positiva. No obstante, el INEGI reportó que el IGAE disminuyó -0.03 por ciento. Existe una muy obvia inconsistencia entre el crecimiento de las partes y el total.
Dado que no contamos con las ponderaciones exactas de cada uno de los sectores que reportó el INEGI para las actividades terciarias, no conocemos la discrepancia que pudiera existir entre el crecimiento de cada una de las ocho agrupaciones que tiene el IGAE terciario y la tasa total de 0.04 por ciento. Sin embargo, es un hecho de que la suma ponderada de las partes no corresponde al total. ¿Es malo esta inconsistencia? No solo es en esta ocasión; hay amplia evidencia y ejemplos con la mayoría de los indicadores reportados cada mes.
Existe un debate continuo entre los pros y contras de los dos métodos, no solo en México sino a nivel mundial. Uno de los defensores del método indirecto en nuestro país es Jesús Cervantes, actualmente investigador en el Centro de Estudios Monetarios de Latinoamericanos (CEMLA). Cervantes tiene mucha experiencia en la materia, ya que tuvo a su cargo por mucho tiempo la Dirección de Medición Económica en el Banco de México. Él argumenta que la posición del INEGI discrepa de la práctica en los países avanzados. Por ejemplo, si se revisan los datos desestacionalizados de PIB de Estados Unidos se observa que el total lo sacan por suma de componentes, es decir, por el método indirecto. Lo mismo pasa en los países europeos. Cervantes sustenta su argumento mediante un curso que impartió el Bundesbank en diciembre del año pasado en el CEMLA de una semana de tiempo completo sobre ajustes estacionales. El curso se llamó “X-13 ARIMA-SEATS-Seasonal Adjustment of Economic Data”, mismo que fue tomado por un buen número de los técnicos del INEGI del área que desestacionaliza. En el curso uno de los dos instructores del Departamento de Estadísticas del Bundesbank comentó que el Banco Central Alemán realiza ajustes estacionales cada mes para aproximadamente 25 mil series y que ninguno de los agregados se hacía por el método directo.
Sin escucha el otro lado del debate, cualquier usuario de los indicadores del INEGI tendría que estar convencido de que el Instituto hace mal en emplear el método directo. Simplemente, la incongruencia aditiva no solo es confusa, sino que impide un buen análisis de la coyuntura. Mi propia experiencia en esta materia es algo frustrante.
No obstante, el INEGI se defiende. Blanca Rosa Sainz, la titular de la Dirección de Estudios Econométricos y encargada de supervisar los ajustes estacionales del INEGI, y Gerardo Leyva, el Director General Adjunto de Investigación del INEGI, han sido muy persuasivos en su posición. Lo primero que subrayan es no existe una recomendación internacional emitida por el FMI o algún otro organismo similar que diga cuál de los dos métodos se debería aplicar. Al contrario, dado que no existen argumentos devastadoras de un lado del debate o el otro, la recomendación internacional es que cada país escoja el método que más convenga.
Aunque si bien es cierto que el método indirecto puede otorgar una consistencia entre el todo y los componentes de un indicador, el proceso depende del nivel de agregación de los componentes. Para tener una consistencia perfecta en cuanto a las sumas del PIB, el INEGI tendría que aplicar ajustes estacionales a las 1,049 clases (seis dígitos) de la actividad económica que reporta cada trimestre. Sin embargo, a nivel mensual solo se reportan las actividades secundarias a nivel subsector (tres dígitos), mientras que el IGAE se presenta a nivel sector (dos dígitos). Esto significa que aun en el caso de que se utilizara el método indirecto, habría inconsistencias entre los diferentes niveles de agregación.
Otro argumento del INEGI es que con el método indirecto se agregan efectos de calendario y outliers (datos aberrantes) que no son sumables, lo que implica un deterioro en los resultados. Desestacionalizar los componentes y luego agregarlos, afecta el comportamiento de la tendencia, que pudiera resulta inconsistente con la trayectoria visual. Si lo que interesa es el comportamiento del agregado, tiene más sentido desestacionalizar directamente, ya que de lo contrario se corre el riesgo de ocultar características propias de la estacionalidad del agregado que son distintas de las de los componentes individuales vistos aisladamente. En otras palabras, aun en el caso de que se pudiera ganar congruencia al sumar los componentes ajustados, se pierde información del agregado.
En este sentido, es importante recordar que el ámbito de la estadística es de por sí imprecisa. Garantizar que cuadre los comportamientos de los componentes y el agregado no viene sin costo. En especial, los comportamientos contradictorios indican que las variaciones en el margen no son tan confiables, cosa que se pierde de vista al obligar la congruencia aditiva. También es importante meterse a las entrañas de los algoritmos que se utilizan para los ajustes, ya que existen problemas matemáticas que también impiden las simples sumas. Si en el proceso del ajuste se hacen transformaciones logarítmicas, sumar no tiene sentido teórico, dado que el logaritmo de suma es distinto a la suma de logaritmos. En una transformación logarítmica, el ajuste estacional implica transformaciones no lineales, que tampoco son sumables. En otras palabras, las series así transformadas no tiene la propiedad aditivita, por lo que finalmente la congruencia aditiva es engañosa.
Al final de cuentas, el INEGI dice que los que privilegian la apariencia de la consistencia aditiva ignoran los argumentos técnicos en detrimento del rigor estadístico. Vamos a darle el beneficio de la duda al INEGI, ya que convencen sus argumentos. No obstante, queda el problema original. ¿Cómo conciliar las cifras si el total dice que disminuye pero todos los componentes aumentan (o viceversa)? Parece ser que nos tenemos de resignar y aceptar (recordar) que la medición estadística no es una ciencia exacta. Cada tasa de crecimiento de cualquier indicador tiene un intervalo de confianza que casi siempre ignoramos. En cambio, preferimos analizar las tasas con por lo menos dos décimas, ya que nos da la ilusión de exactitud.