El INEGI ha realizado un trabajo enorme en las últimas décadas. Cuando arrancó en 1983 no tenía series de PIB trimestrales y casi no existían indicadores de coyuntura, de alta frecuencia. Todavía a mediados de los noventa prácticamente no tenía series ajustadas por estacionalidad. No fue hasta principios de la década pasada que empezó con indicadores más sofisticados como la confianza del consumidor o los índices compuestos coincidentes y adelantados. El indicador mensual de consumo privado tiene pocos años, al igual que muchos de los indicadores estatales. Hoy es un instituto de vanguardia, de reconocimiento mundial, del cual nos debemos sentir orgullosos.
No obstante, todo es perfectible. Un ejemplo excelente es la Encuesta Nacional sobre Confianza del Consumidor y su indicador de Confianza del Consumidor. La encuesta se empezó a levantar en abril de 2001, por lo que ya cumplió 17 años. Consiste en 15 preguntas sobre la percepción del consumidor sobre la situación económica, sus intenciones de compra, capacidad de ahorro y varios temas más. De las 15, se utilizan cinco para construir el indicador de confianza del consumidor, mediante una metodología estándar conocido como indicadores de “difusión”. Cada pregunta tiene cinco posibles respuestas, que van desde “mucho peor” (pesimismo total) hasta “mucho mejor” (optimismo total). Se ponderan las preguntas para construir el indicador de tal forma que, si todos responden las cinco preguntas con las respuestas más optimistas, el indicador tendrá un valor de 100, mientras que, si todos responden con las más pesimistas, valdría cero. De esta forma, hay un umbral natural que divide una ponderación optimista de una pesimista, que es el valor de 50. El indicador tiene dos ventajas importantes. En un momento dado, nos sitúa el grado de optimismo que tiene el consumidor y nos va diciendo cómo cambia esta percepción con el tiempo.
El problema surgió cuando la encuesta, todavía en su etapa de prueba, arrojaba siempre valores por debajo de 50, es decir, de pesimismo relativo. En su momento, el INEGI no vio con buenos ojos divulgar un indicador de confianza que dijera siempre que no hay confianza, es decir, que el consumidor siempre era pesimista. Sin embargo, es un hecho sistemático hasta la fecha. En 17 años se ha comprobado que el consumidor mexicano siempre es pesimista; a veces más pesimista y a veces menos pesimista, pero siempre pesimista. En su afán de no publicar un indicador de pesimismo, el INEGI en su momento decidió esconder la primera ventaja del indicador, es decir, el que nos sitúa el grado de optimismo relativo que tiene el consumidor en un momento dado y sólo publicar cómo va cambiando en el tiempo. Esto lo hizo al convertir cada uno de sus cinco componentes en un índice en dónde enero de 2003 es igual a 100. Por lo mismo, si en junio de 2018 el índice es 89.8, eso significa que el nivel de “optimismo” se ubica 10 por ciento por debajo que el que existía en enero de 2003. ¿Pero qué tan optimista estábamos en enero de 2003? El INEGI nos dice tajantemente: no te digo.
Muchos años después de mucha discusión y debate sobre el tema, Eduardo Sojo aceptó los argumentos de que el “índice” escondía información muy valiosa, de que matemáticamente era inconsistente y que, al tenerlo en forma de índice, no eran comparables entre si sus componentes ni se podría comparar con la confianza empresarial (que nunca se puso en forma de índice). A mediados de 2015, se decidió publicar el indicador en su forma original, junto con las 10 preguntas adicionales de la encuesta que hasta ese entonces eran confidenciales. Ahora están disponibles y se llaman “Indicador (balance)”. Esto fue un gran avance del INEGI, el reconocer que el “índice” era una forma equivocada de divulgar la confianza del consumidor.
Pero el problema todavía no se ha resuelto del todo. Se publican las dos formas, tanto el “índice” como el “indicador”, mientras que se da mayor publicidad al “índice”. Lo correcto era tirar a la basura el “índice” y solo publicar el indicador. Resulta que el problema no es del INEGI, sino del Banco de México. Aparentemente Banxico paga la encuesta y a la fecha no ha permitido que el INEGI haga lo correcto.
Pregunta, ¿qué pasó con la autonomía de INEGI? Otra pregunta, ¿por qué dicta Banxico al INEGI cómo se debe presentar los indicadores?