Desde hace varios sexenios se viene argumentando que lo que ha detenido al crecimiento económico en México ha sido la falta de reformas estructurales, no sólo en materia laboral, fiscal y energética, sino también jurídica, política y educación. Ahora que se aproxima el cambio de sexenio y ya tenemos un Congreso nuevo, el empuje vuelve a tomar forma. Organizaciones privadas, como el Instituto Mexicano para la Competitividad (IMCO) y México Evalúa, se han juntado para elaborar metas para transformar el país mediante un apoyo singular a la aprobación de reformas con miras a construir un país más prospero, moderno y competitivo. El gobierno saliente mandó un par de reformas, mientras que el gobierno entrante ya propuso otras. Incluso, instituciones internacionales como la OCDE ya le entregó a EPN un documento con 109 recomendaciones de política pública, encaminadas a la elaboración de más reformas.
Prácticamente todos (salvo AMLO) están no sólo a favor de las reformas, sino que sostienen que son ineludibles para que México pueda despegar. Incluso, la agencia calificadora Moody’s anunció que si el Congreso aprueba las reformas necesarias subiría la calificación soberana del país. Todo parece apuntar que estas reformas serían la panacea universal para resolver los miles de problemas que aquejan al país y que no han permitido que la economía crezca, que se generen más y mejores empleos, que mejore la equidad y que disminuye la pobreza. ¿Será?
De entrada, dudo que sean la panacea. Bien hechas, todas deberían contribuir en el margen al crecimiento económico. El problema fundamental es quién o cómo se define una buena reforma. Por ejemplo, las propuestas para la reforma fiscal son tan amplias y contradictorias, que igual se aprueba una reforma buena que una que da varios pasos para atrás. Unos proponen quitar regímenes especiales, otros aumentar el IVA, otros eliminar el IETU, otros simplificar, etc., a tal grado que parece que todo está sobre la mesa. Sin embargo, ¿qué realmente queremos de una reforma fiscal?
¿Más recaudación? ¿Más impuestos directos y menos indirectos, o bien, más indirectos y menos directos? ¿Más simplificación? ¿Menos regímenes especiales y excepciones? ¿Más equidad? ¿Progresividad? ¿Mejor control del gasto?
Una reforma cuyo objetivo principal sea incrementar la recaudación no parece tener mucho sentido. Sabemos bien que el gobierno malgasta, es burocrático y arbitrario. En principio, las empresas y los hogares sacrifican inversión y consumo para entregarle más recursos al gobierno. Si el gobierno no gasta bien el dinero, ¿por qué se lo debemos dar? ¿Habrá más crecimiento económico si el sector privado gasta menos y el público más? En principio, uno pensaría que sería al revés.
¿Qué queremos de la reforma laboral? ¿Qué queremos de la energética? Unos dicen una cosa y otros dicen lo contrario. ¿Quién tiene razón? Recordemos que la última reforma política fue un verdadero retroceso. Recordemos que nuestra incipiente democracia hasta ahora ha resultado disfuncional. Recordemos que Calderón logró que se aprobara una reforma energética y a los cuantos días se hablaba de nuevo de la necesidad de una reforma energética.
Muchas preguntas, pocas respuestas.
Hola Jonathan
No encuentro al manera de suscribirme a tus posts mediante mi RSS (Google Reader). Sería bueno que pusiera esta opción y así los lectores, podríamos estar al tanto más fácilmente de cuando hay una entrada nueva en la página y podríamos leerla también directamente desde nuestro lector RSS.
Saludos
No conozco la tecnología. Tendré que preguntar cómo, pero gracias por la sugerencia.