El Sexenio III

Las dos últimas semanas presentamos algunos reflejos sobre los resultados principales en materia económica de este sexenio. Podemos resumir que el crecimiento ha sido decepcionante y el gasto público exageradamente ineficiente, mientras que se ha logrado disminuir el promedio anual de la inflación. Ahora toca el tema laboral.

Uno de los logros que más ha presumido esta administración es la de creación de empleos, visto mediante el registro de trabajadores en el IMSS. Para fines de sexenio se habrá incrementado el número de trabajadores asegurados en más de cuatro millones de personas, lo cual no solamente es un máximo histórico, sino además la cifra resulta mayor a la suma de los dos sexenios anteriores. En términos porcentuales, el aumento será alrededor de 26.0 por ciento, superior al de Fox de 10.0 por ciento y de Calderón de 17.4 por ciento. En verdad, son números extraordinarios, aunque no sin algunas descalificaciones.

La primera es que, si bien ha aumentado el empleo, no han sido ocupaciones de buena calidad, ya que la mayoría son de muy baja remuneración. Sin embargo, si tomamos el salario medio de cotización, encontramos que el salario medio real ha aumentado 4.8 por ciento en el sexenio, equivalente a 0.8 por ciento promedio anual. La cifra es visiblemente mejor al sexenio de Calderón, en el cual aumentó el salario real 0.8 por ciento en seis años, aunque no tan bueno como el de Fox, cuanto se observó una mejoría de 14.6 por ciento. ¿Qué resulta mejor, más empleo o mejor salario real? Para contestar, podemos tomar la masa salarial real del IMSS, que resulta de multiplicar el empleo por el salario. Calderón lo aumentó en 18.4 por ciento y Fox en 26.0 por ciento, mientras que Peña 32.0 por ciento.

La segunda es que, si bien ha aumentado el número de trabajadores asegurados en el IMSS, no necesariamente corresponde a la creación de empleos, ya que se estima que más de la mitad del aumento fue de personas que ya estaban ocupados pero que no estaban inscritos en el IMSS. Las reformas laboral y fiscal crearon incentivos que lograron disminuir la tasa de informalidad de subordinados y de trabajadores independientes (mediante la creación del régimen de incorporación fiscal) que, combinado con un esfuerzo de fiscalización del IMSS, contribuyeron de manera importante a la incorporación de trabajadores al IMSS.  En términos generales, sí observamos una mejoría en la tasa de informalidad laboral en el sexenio al pasar de 59.6 por ciento a finales de 2012 a 57.0 por ciento a finales de 2017. Una mejoría sin lugar a duda, aunque todavía falta muchísimo por hacer, ya que 57 por ciento sigue siendo una cifra escandalosa.

Si es cierto entonces que el logro fue más bien la formalización de empleos informales, ¿qué podemos decir sobre el empleo en sí? Aquí las cifras más relevantes son las que salen del ENOE, ya que la tasa de desempleo nacional y urbano no distinguen entre formal o informal. Aunque quizá no tan impresionante como el crecimiento de asegurados en el IMSS, pero también observamos buenos datos. Por ejemplo, la tasa de desempleo urbano promedio fue 4.0 por ciento en 2017, la tasa más baja desde que existe la encuesta (2005). A pesar de una tasa de crecimiento del PIB decepcionante, se ha logrado una tasa de desempleo que se puede considerar muy cercana a una situación de pleno empleo. No obstante, los números de la ENOE sí señalan que existe una proporción mayor de empleos con remuneraciones más bajas a partir de 2010 cuando salimos de la Gran Recesión. En otras palabras, prácticamente todos los mexicanos tienen trabajo, pero la gran mayoría de los empleos son de remuneraciones precarias. El gran reto laboral de México no es la creación de empleos per se, sino la creación de empleos de calidad, mejor remunerados.

Aun así, estas cifras también son engañosas. De la población ocupada, 6.8 por ciento de los empleos se consideran como “subempleo”, es decir, personas que trabajan menos horas a la semana por razones de mercado. Al mismo tiempo, 15.2 por ciento de la población económicamente inactiva está dispuesto a trabajar, lo que se pudiera considerar como desempleo disfrazado. Si sumamos estos al desempleo abierto, resulta que 18.3 por ciento de la fuerza laboral potencial necesita empleo (de tiempo completo). Es una cifra elevada, pero por lo menos menor al 21.8 por ciento que existía al final de 2012.

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