Como suele suceder ahora, las redes sociales se inundaron de mensajes el pasado 26 de abril con un nuevo “trending topic”. Ahora le tocó a Andrea Benítez, hija de Humberto Benítez, el titular de la Profeco, quien mandó clausurar el restaurante Máximo Bistrot luego que no le asignaron la mesa que era quería. Al darse cuenta del incidente, miles de usuarios de redes sociales crearon el “hashtag” #LadyProfeco en Twitter para expresar su indignación y ventilar la forma de actuar de la Lady y de la dependencia. Al día siguiente, Reforma publicó la nota en su primera plana y de allí la noticia recorrió todo el mundo.
Los comentarios, críticas y observaciones fueron muy diversos, pero obviamente se concentraron en la actitud caprichosa de la joven, la arbitrariedad del Profeco y el regreso de la red de influencias del viejo PRI. Las discusiones que siguieron fueron muy nutridas: que si la #LadyProfeco habló directamente a los funcionarios de Profeco o si estuvo involucrado su papi; que por qué respondieron a la llamada los funcionarios; de los señalamientos inventados por la Profeco; de la investigación simulada que realizó la SFP; de la [falta de] educación de la niña y de más cosas. El escándalo dejo mucho de qué hablar. Hubo un sinnúmero de editoriales y columnas, la mayoría excelentes, sobre el tema.
A los diez días del incidente, todo indica que el gobierno ya le dio carpetazo al asunto. Ni siquiera sabemos cuál fue el resultado de la investigación de la SFP, pero ya todos nos lo imaginamos después de que el Secretario de Economía dijo en pocas palabras “no te preocupes Humberto”. En las redes sociales no queda mucho más que chistes y burlas de la @LadyProfeco. A estas alturas parece que ya se dijo todo lo que se pudo acerca del escándalo e incluso ya empezamos a olvidarnos del asunto.
Sin embargo, creo que todavía hay lugar a ciertas reflexiones. Primero, ¿quién ganó? En un principio, podríamos pensar que fue una victoria para las redes sociales, que una vez más evidenciaron su poder para contrarrestar actos arbitraros, corrupción y abusos de poder. Sin embargo, creo que no fue así ya que a pesar de los miles de tuits, la #LadyProfeco se salió con la suya: logró que Profeco colocara sellos y que se cerrara el restaurante por unos días. Amenazó a la dueña del restaurante y cumplió.
En un principio, parecía que el papá de la #LadyProfeco respondía correctamente. Al enterarse del escándalo puso un mensaje en Twitter: “Mi sincera disculpa por la conducta inapropiada de mi hija y la sobrerreacción de verificadores de @Profeco. Privilegio sólo para la ley”. Sin embargo, sus acciones quedaron sólo en un mensaje de menos de 140 caracteres. No impidió la clausura del restaurante, no ordenó la remoción inmediata de los sellos ni realizó acción alguna para contrarrestar lo sucedido.
Admite una conducta inapropiada de su hija, pero ¿hubo castigo alguno? Posiblemente le dijo que no podía ir al antro o la castigo el coche por unos días, pero al final de cuentas le cumplió al pie de la letra el capricho de su hija. Admite una sobrerreacción de sus funcionarios, pero no ordenó marcha atrás a una investigación mal habida, arbitraria y amañada. Lo correcto hubiera sido la remoción inmediata de los sellos y una disculpa directa a la dueña, sin embargo, los sellos permanecieron allí por seis días y hasta donde sabemos la disculpa nunca llegó.
El cierre temporal del restaurante tuvo un impacto monetario. Primero, se perdieron ingresos por la ausencia de comensales; segundo, es muy probable que hubo pérdidas por un inventario de combustibles que ya no se pudieron utilizar; tercero, la dueña tuvo que contratar a un abogado (que cobran caro); cuarto, los empleados que viven de propinas se quedaron sin ingresos. Sumando todo, no fue trivial.
Desde el punto de vista ético (ya que en nuestro país no hay una base legal que nos protege debidamente de estos actos) la ofensora debería compensar a la ofendida. Debería imponerse una multa que cubre todas las pérdidas más una debida penalización, pero no a Profeco ya que su presupuesto proviene del erario, sino directamente a la @LadyProfeco. Sin conocer su historia o edad, parece que todavía depende económicamente de su papá, por lo que sería él el quien terminaría pagando.
Vimos una vez más el poder de las redes sociales, pero también vimos que su poder no fue suficiente; al final de cuentas la @LadyProfeco ganó. ¿Quién perdió? Además de la dueña y los empleados del restaurante, nosotros los consumidores sin influencias o papis con poder.
Lo único «rescatable» fue darle publicidad al restaurante, pero no así la pérdida de las ganancias por un capricho. Pareciera que muchos mexicanos no entienden como funciona la economía. Saludos.
Puede ser que le sirvió la publicidad, pero el restaurante siempre ha estado lleno desde que abrió.
En mi opinion fue una jugada de tarjeta amarilla y no de roja directa.