La suerte de la economía mexicana está atada a la de Estados Unidos. Si nuestro vecino vuelve a caer en una recesión, es casi un hecho de que nosotros también. Por lo mismo, esta es la incógnita más grande que nos enfrentamos ahora. Sabemos que la fragilidad de la política fiscal ante las presiones de los Republicanos y la amenaza de una crisis soberana europea son los dos temas que dominan la atención actual y son la fuente de tanta incertidumbre que ha prevalecido en los mercados financieros en los últimos dos meses. Sin embargo, hasta ahora seguimos viendo señales mixtas y no queda claro se la desaceleración económica llegará a desembocarse en recesión o no. Pero, ¿estaremos viendo en los lugares correctos?
Una recesión “normal” involucra una restricción monetaria que hace que la curva de rendimientos tenga pendiente negativa, es decir, que los rendimientos de los instrumentos de mayor plazo sean menores a los de menor plazo. Si utilizamos la diferencia entre los bonos de tesorería de Estados Unidos de 10 años y los de tres meses, podemos observar que cada recesión desde la década de los 50 ha sido precedida por un diferencial negativo. Las condiciones monetarias más restrictivas conllevan a una disminución en la construcción residencial y en la inversión fija bruta por parte de las empresas. Posteriormente los consumidores adoptan una actitud más cautelosa y las empresas buscan reducir sus inventarios, dando pie a la recesión.
El problema es que si Estados Unidos entra ahora en recesión, ésta será todo menos “normal”. Por lo pronto, existe una expansión monetaria sin precedente. Si no se observa mayor expansión del crédito bancario, es por falta de demanda y no de oferta. Dado que las tasas de corto plazo están en el piso, es simplemente imposible observar una curva de rendimientos con pendiente negativa. No es probable observar una disminución en la construcción, ya que este sector se encuentra estancado desde hace mucho tiempo. Si es que los consumidores deciden moderar sus compras y las empresas reducir sus inversiones (incluyendo inventarios), será por la ansiedad causada por la amenaza de una crisis europea y por la lucha política en Washington en torno a los problemas del déficit público. Lo anterior se complica con la percepción del público que ya no hay margen para instrumentar una política económica anticíclica y que la recesión empezaría con una tasa de desempleo muy elevada.
Los indicadores adelantados que típicamente se observan para anticipar una recesión no funcionan en el entorno actual. Por ejemplo, el índice compuesto de indicadores adelantados (leading economic indicators) de Estados Unidos, que siempre ha anticipado correctamente una recesión, sigue avanzando con tal fuerza que se debe interpretar que no hay una a la vista. Sin embargo, dos de sus diez componentes lo están empujando: la curva de rendimientos y el crecimiento real de medio circulante (M2). Pero lo último es resultado de la expansión monetaria sin precedente, que no ha logrado sacar al país de la recuperación más prolongada en su historia moderna.
Si lo que va a empujar a la economía a una recesión es el miedo o incertidumbre que tienen los consumidores y las empresas, entonces deberíamos fijarnos en los indicadores que reflejan este comportamiento. En vez de analizar la expansión real de la oferta monetaria o la curva de rendimientos, deberíamos estar al pendiente de las encuestas de confianza e indicadores que reflejan cambios en los hábitos de los consumidores y de las empresas.
Por primera vez estamos ante el umbral de una recesión diferente, que se dará con una política económica sin margen , que empezará con una tasa de desempleo elevado y que será producto de la incertidumbre financiera. Por lo mismo, lo debemos anticipar examinando indicadores menos convencionales.