Después de crecer 4.3 por ciento por tres años consecutivos (de 2010 a 2012), en lo que va 2013 la actividad económica se ha quedado inmóvil. El PIB de la primera mitad del año se ubica apenas 1.0 por ciento por encima del nivel que tenía en el mismo periodo del año anterior. Pero peor aún, si tomamos las cifras desestacionalizadas, encontramos que el PIB es prácticamente igual al que se observó en la segunda mitad de 2012 (0.02 por ciento mayor).
Ya se anticipaba que el segundo trimestre registraría una tasa negativa respecto al primero, pero lo que sorprendió a la mayoría fue la drástica revisión a la baja del primero. Originalmente, el INEGI había informado en mayo que los primeros tres meses del año crecieron 1.8 por ciento (anualizado) respecto al trimestre anterior. Sin embargo, en agosto cuando dio a conocer los datos del segundo trimestre, también presentó revisiones a todas sus series desde 1993 a la fecha (por motivo de cambio de base a 2008 de las cuentas nacionales). De esta revisión surgió que en vez de 1.8 por ciento, el crecimiento del primer trimestre del año solo fue 0.1 por ciento.
En pocas ocasiones se había visto tanta ansiedad previa a la divulgación de los datos de la actividad económica. Los más optimistas esperaban que el PIB pudiera crecer arriba de 3 por ciento en el año. Incluso, la SHCP todavía mantenía su expectativa de 3.1 por ciento. Los más pesimistas pensaban que el crecimiento no sería mucho mayor a 2 por ciento. Sin embargo, la noticia de que el segundo trimestre disminuyó 2.9 por ciento respecto al primero, combinado con la revisión a la baja del primero respecto al cuarto del año anterior, hizo ver al más pesimista como optimista.
Desde principios de año hemos visto una revisión sistemática a la baja de la expectativa de crecimiento del PIB para el año. A principios de año el consenso estaba en 3.5 por ciento, que si bien ahora parece exageradamente optimista, resultaba menor al crecimiento registrado en 2012. Las cifras de los últimos dos trimestres del año pasado ya señalaban cierta desaceleración y la pregunta del momento fue que sí la economía podría empezar a recuperarse desde principios de año o hasta el segundo trimestre. No obstante, el “secuestro” del gasto público en Estados Unidos impulso cierto debilitamiento en su economía y nuestras exportaciones no petroleras siguieron desacelerándose, por lo que con el paso de varios meses la mayoría de los analistas empezaron a revisar a la baja sus proyecciones.
Cuando se dieron a conocer las cifras del primer trimestre (a mediados de mayo), el consenso ya se ubicaba alrededor de 3.0 por ciento. A raíz de la debilidad de las cifras, la SHCP decidió revisar a la baja su proyección original de 3.5 por ciento a 3.1 por ciento, que implica una recuperación en los siguientes trimestres. Sin embargo, los datos de abril fueron bastante débiles, sugiriendo que el segundo trimestre podría ser todavía peor que el primero, lo que llevó de nuevo a revisiones a la baja. Para cuando se reportó la actividad industrial de junio ya era evidente que la tasa de crecimiento del segundo trimestre no solo sería menor al del primero, sino posiblemente negativa, lo que llevó a revisiones en el consenso para el año a 2.6 por ciento, pero ya con varios analistas argumentando que el crecimiento sería mucho más cerca de 2.0 por ciento. Finalmente, cuando INEGI reveló el crecimiento del segundo trimestre y la revisión a la baja del primero, no había otra alternativa que seguir revisando a la baja. Sin embargo, en esta ocasión las revisiones fueron mucho más agresivas. En el momento de escribir este artículo, todo parece ser que el consenso empieza a situarse alrededor de 1.5 por ciento, pero con algunos analistas pensando que pudiera ser todavía menos.
Dado que la tasa anual de la primera mitad del año fue 1.0 por ciento, cualquier expectativa para el año superior a 1.0 por ciento implica algo de recuperación en la segunda mitad del año. Por ejemplo, para cumplir con la proyección del gobierno de 1.8 por ciento, la economía tendría que crecer 2.6 por ciento (tasa anual) en la segunda mitad del año, mientras que el consenso de 1.5 por ciento del mercado implica crecimiento de 2.0 por ciento. Por lo mismo, la pregunta que ahora nos hacemos es si podremos ver una mejoría, aunque marginal, en la segunda mitad del año, o bien, tendremos que esperar a 2014.
Los tiempos para escribir sobre la coyuntura para una revista no son favorables, ya que los editores siempre piden el artículo con mucha anticipación. Esto significa que no tengo a mi disposición en este momento toda la información que estará disponible cuando ustedes los lectores empiecen a leer esto. Pero tengo el Indicador IMEF, las exportaciones de automóviles de la AMIA y las ventas de establecimientos comerciales de la ANTAD para julio; todos indican que no solo se mantiene la debilidad de los meses anteriores, sino que pudiera seguir el deterioro. Esto sugiere que no veremos la recuperación a partir del tercer trimestre, por lo que la pregunta que nos debemos formular es exactamente qué estamos viendo ahora: ¿atonía, estancamiento o recesión?
Atonía refleja todavía algo de crecimiento pero con debilidad, estancamiento sería más una detención o suspensión en el crecimiento mismo, mientras que recesión ya implica un periodo (mínimo de seis meses) en que la actividad económica disminuye. No hay duda de que hemos observado cuatro trimestres de una debilidad creciente, caracterizada por una desaceleración de la tasa de crecimiento del PIB. Esto significa que por lo menos podemos caracterizar los últimos cuatro trimestres como un período de atonía.
Dado que el tamaño del PIB (a partir de cifras ajustadas por estacionalidad) del primer semestre del año es apenas 0.02 por ciento mayor al semestre anterior, definitivamente podemos decir que la economía está estancada en los últimos dos trimestres. Ahora, para calificar como recesión, necesitaríamos mínimo una tasa negativa en el PIB del tercer trimestre respecto al anterior. En otras palabras, hemos pasado de una etapa de expansión a una atonía, para posteriormente entrar en estancamiento y si la economía sigue en picada corremos el riesgo de entrar en recesión.
Hay varios factores internos que han contribuido al estancamiento, como el proceso de consolidación fiscal del gobierno, la crisis de la construcción y la incertidumbre en torno a las reformas estructurales. Difícilmente veremos un aumento en el gasto, ya que el gobierno deberá acoplarse al presupuesto aprobado y cumplir con los lineamientos de la Ley de Responsabilidad Fiscal. Dado que los nuevos lineamientos para los subsidios a la vivienda de interés social entrarán en vigor a partir de 2014, tampoco vemos mucha posibilidad de que la edificación podría revertirse antes. Aun bajo un escenario optimista de que aprobarán las reformas necesarias en la siguiente sesión del Congreso, los primeros efectos se empezarán a sentir hasta el próximo año.
Esto significa que nuestra suerte se focaliza mucho más en lo que pasa en el exterior, en especial en Estados Unidos, en términos de nuestras exportaciones, que siempre ha sido nuestro motor principal de crecimiento. Aunque algunos vaticinan una mejoría en la economía de nuestro vecino en el corto plazo, no queda claro. Hasta ahora los sectores manufactureros de Estados Unidos que han tenido mejor desempeño han sido los que no están vinculados a nuestras exportaciones. Habrá que estar atentos.