Tuve la fortuna de asistir a la Asamblea General de la Cámara Americana de Comercio, dónde participaron los cuatro candidatos a la presidencia. Al final de cuentas, no escuché ninguna propuesta nueva, pero fue una magnífica oportunidad para verlos en persona, observar su lenguaje corporal, comparar sus habilidades de hablar en público y ver cómo respondían preguntas. El que más me llamó la atención fue López Obrador, que tiene un corte distinto y un manejo casi “unitemático” de todo lo que abordó. De alguna forma u otra, todo se reduce a la corrupción y, aun así, no me quedó claro cómo lo va abatir. Lo que sí comprobé es que una de sus debilidades, especialmente comparada con Anaya y Meade, es que no es muy articulado. Su discurso es pausado y lento, que resalta más con su acento muy particular. La oratoria no es lo suyo. También es muy ocurrente mediante ideas no muy meditadas, que a veces lo llevan a contradecirse o a decir cosas que no tienen mucho sentido. En ocasiones dice cosas que no queda claro si son chistes, o bien, si va en serio. Varios politólogos han dicho que, para asegurar su victoria, lo que tiene que hacer es hablar lo menos posible. Pues sí, totalmente de acuerdo.
Dentro de la gama de sus últimas declaraciones, una que me llamó la atención fue cuando dijo que “en términos generales, el modelo económico que proponemos es semejante al que se aplicó en el país en el periodo denominado del desarrollo estabilizador”. Me acordé de inmediato que Fox declaró en 2005 que su política económica era similar al famoso modelo. Entiendo porqué quisieron invocar al periodo, ya que fue la época de mayor crecimiento económico y baja inflación, que se logró mediante cierta disciplina fiscal. Ciertamente no describe el sexenio de Fox, ya que el crecimiento promedio de su periodo fue menos de una tercera parte y la inflación más del doble, mientras que la política económica fue muy distinta. Pero ¿por qué no le conviene a AMLO decir que es el modelo económico que buscará instrumentar?
Uno de los objetivos que busca AMLO es aplicar una política económica que pueda reducir la pobreza y mejorar la distribución del ingreso. La crítica más grande del desarrollo estabilizador fue que empeoró la distribución y nunca logró que los beneficios de un mayor crecimiento económico llegaran a las clases más necesitadas. Echeverría, el presidente que terminó con el modelo a partir de 1971, lo reemplazó con el “desarrollo compartido”, que precisamente buscaba enmendar estos defectos. Seguramente AMLO quiere mandar el mensaje de que su política económica sería el que se aplicó antes del populismo de Echeverría y López Portillo, pero sin recordar porque se abandonó. Posiblemente le llama la atención las políticas que buscaban la “sustitución de importaciones”, pero que serían inoperantes ante la apertura comercial actual.
A pesar de los buenos resultados en materia de crecimiento económico y estabilidad de precios, el modelo fue severamente criticado por la izquierda mexicana. Por ejemplo, podemos leer el libro de Carlos Tello, escrito en 1979, “La Política Económica en México 1970-76” (Siglo Veintiuno Editores), en el cual justifica la dirección tomada a partir del sexenio de Echeverría con base en los malos resultados del desarrollo estabilizador de Ortiz Mena. Tello alega que el crecimiento económico únicamente benefició a la élite empresarial y provocó una distribución del ingreso todavía más inequitativa.
Pero también es un modelo criticado por alas más conservadores. Por ejemplo, Enrique Cárdenas en su libro “La Política Económica en México, 1950-1994” llegó a la conclusión de que lo más severo de la década del “desarrollo estabilizador” fue la debilidad estructural que provocó a través del proteccionismo desmedido, los subsidios crecientes y una estructura oligopólica de los mercados. Las características de la industria eran de ineficiencias escondidas, altas tasas de ganancia y un debilitamiento gradual de las finanzas públicas. Como resultado, hubo la creación de muchas empresas y sectores que subsistían en condiciones antieconómicas y un deterioro de las cuentas externas que condujeron a un endeudamiento externo severo.
Al final de cuentas, dudo que sea un modelo que pudiera instrumentarse, pues muchas de sus premisas se han agotado. Es un modelo que no le conviene a AMLO y menos a nuestro país.