Este artículo lo escribí en septiembre de 2007.
El siglo XX fue sumamente difícil y caótico para Argentina. A pesar de un sinnúmero de intentos no logró modernizarse a través de revoluciones o de reformas. En 2001 experimentó la peor crisis de su historia. Sin embargo, en los últimos cuatro años ha crecido más de 40 por ciento (8.9 por ciento promedio anual) y promete terminar este año con una tasa similar. ¿Habrá encontrado el rumbo?
México sufrió la maldición de las crisis sexenales entre 1976 y 1994, que resultó en mayor pobreza, menor bienestar y un sentido de frustración generalizado entre la población. Sin embargo, tuvimos momentos de crecimiento sostenido y a pesar de todo, logramos un avance significativo en el siglo XX. En cambio, Argentina era considerada entre los países más prósperos del mundo hace cien años. Su maldición no fue de un par de décadas, sino prácticamente de un siglo completo.
Después de vivir un embate hiperinflacionario y una economía caótica en los ochenta, llegó Carlos Saúl Menem a la presidencia en 1989. A pesar de ser del Partido Justicialista (peronista), implementó reformas importantes que tuvieron éxito. Su Ministro de Economía, Domingo Cavallo, instrumentó un “Plan de Convertibilidad” que estabilizó al país y produjo tasas de crecimiento significativos en la década de los noventa. Sin embargo, la falta de flexibilidad produjo desequilibrios serios y a partir de 1999 la economía entró en recesión.
Los siguientes años fueron desastrosos para Argentina. Después de los fracasos de ministros como José Luís Machinea y Roberto López Murphy, Menen trajo de regreso a Cavallo. No obstante, las medidas que implementó resultaron peores. Ante tal embate económico, el país sufrió presiones políticas que vieron pasar por la presidencia a Fernando de la Rua, Adolfo Rodríguez y Eduardo Duhalde en apenas un par de años. Lo peor de la crisis llegó a principios de 2002, cuando Duhalde decidió abandonar el régimen cambiario y no encontró una política adecuada para reducir un déficit fiscal fuera de control e iniciar la estabilización del país. Ante las presiones existentes y la dificultad de cubrir adecuadamente los pagos de deuda externa, Argentina finalizó con una suspensión de pagos.
El tipo de cambio se fue de un peso argentino por dólar a fines de 2001, a 3.65 pesos en octubre de 2002, un incremento de 265 por ciento. Después de tener una inflación promedio de prácticamente cero por muchos años, los precios se incrementaron más de 40 por ciento ese año, mientras que la actividad económica se desplomó 10.9 por ciento. Entre 1998 y 2002, el PIB cayó 18.4 por ciento, un promedio de 4.9 por ciento anual. Sin embargo, si medimos el valor de la actividad económica en dólares, la caída acumulada fue 73.6 por ciento, un promedio de 28.3 por ciento cada año por cuatro años consecutivos.
Finalmente, Nestor Kirchner llegó al poder en mayo de 2003 y Argentina empezó el largo camino a la recuperación. Los últimos cuatro años han sido promisorios, ya que la economía ha experimentado un crecimiento de 40.5 por ciento, equivalente a 8.9 por ciento anual. Esto ya lo sitúa 14.7 por ciento por arriba del pico anterior de 1998. Aun así, esto significa apenas un crecimiento promedio de 1.7 por ciento anual en los últimos ocho años. Sin embargo, estas cifras son engañosas, ya que son expresados en pesos argentinos que experimentaron una devaluación mayor. Si medimos el PIB argentino en dólares, el crecimiento de 1998 a 2006 fue de -62.7 por ciento, un promedio negativo de 11.6 por ciento anual en un periodo de ocho años. El PIB per cápita actual es prácticamente el mismo de hace 25 años.
Aun así, habría que reconocer que el desempeño de la economía argentina en los últimos cuatro años ha sido muy bueno, aun si se toma en cuenta que parte de una base muy reducida. La base de su éxito ha sido el esfuerzo por reencontrar la estabilidad macroeconómica. Primero, implementó una política cambiaria relativamente flexible, que busca sostener su competitividad real. Segundo, ha establecido disciplina fiscal, que ha producido un superávit sostenido en las finanzas públicas a través de los últimos años. La combinación de una política cambiaria competitiva y una política fiscal conservador, ha resultado en un superávit en la cuenta corriente y le ha ayudado a acumular reservas internacionales.
Lo negativo es que no le ha permitido bajar la inflación a niveles congruentes con una estabilidad macroeconómica sostenida. Inclusive, el gobierno entabló una gran controversia al despedir al funcionario encargado del cálculo del índice nacional de precios al consumidor del INDEC, el instituto oficial de estadísticas. A partir de entonces, muchos analistas expresan dudas acerca de la veracidad de los datos de inflación. Algunos estiman que la inflación actual es alrededor del doble de lo que reporta ahora el gobierno.
La política anti-inflacionaria no ha sido ortodoxa, sino compuesta de controles de precios y subsidios dirigidos a los precios de mayor peso en el índice nacional. Al mismo tiempo, el gobierno ha permitido incrementos de salarios muy por arriba de la productividad, que si bien han contribuido al crecimiento robusto del consumo, también ha provocado presiones inflacionarias por el lado de la demanda. Prácticamente todos los países que han perseguido este tipo de políticas, han encontrado que tarde o temprano, fracasan y terminan por provocar más inflación, una pérdida en el poder adquisitivo y una disminución en el bienestar.
Queda claro que el gobierno tiene que modificar su política si quiere evitar otra crisis más adelante. No obstante, el Presidente Kirchner goza de una alta popularidad y su esposa, la Senadora Cristina Kirchner es candidata para la presidencia en las elecciones del 28 de octubre. Por lo mismo, es poco probable que veamos acción alguna en los siguientes meses.