La tasa de inflación de 0.12 por ciento que reportó el INEGI para la primera quincena de febrero, resultó relativamente baja, en especial, después del incremento significativo que hubo en la primera quincena de enero a raíz de la reforma fiscal. Existía preocupación que los precios pudieran seguir aumentando en estas fechas, en lo que los economistas llaman efectos secundarios, indirectos o de segunda orden. No obstante, las dos siguientes quincenas (la segunda de enero y la primera de febrero) resultaron muy bajas (en parte apoyado por disminuciones en precios agropecuarios), por lo que prácticamente no hubo efectos contaminantes.
Este es muy buena noticia para las perspectivas de inflación en el año. Es casi un hecho que veremos revisiones a la baja en las proyecciones de los analistas en estas semanas, que señalarán un consenso por debajo de 4 por ciento para fin de 2014 (que aparentemente es el objetivo oficial). Lo más seguro es que observemos una tasa de doce meses ya por debajo de 4 por ciento a partir de marzo y aunque pudiera repuntar en la segunda mitad del año, podemos esperar que la tasa termine alrededor de 3.5 por ciento en diciembre.
El problema es que aunque sean buenas noticias para la inflación, es reflejo de la debilidad de la actividad económica. El PIB potencial es el crecimiento máximo (ideal) que puede alcanzar la economía sin generar presiones inflacionarias. La diferencia entre el PIB observado y el PIB potencial se le denomina la brecha de producción (output gap). Una brecha negativa implica que estamos creciendo por debajo de nuestro potencial, por lo que la economía no va a generar todos los empleos posibles y existe capacidad instalada ociosa. En cambio, si crecemos por arriba del potencial (que sería una brecha de producto positiva), se van a generar presiones inflacionarias que disminuyen el poder adquisitivo de la población e introducen distorsiones en la asignación de recursos.
A final de cuentas, la política económica (tanto fiscal como monetaria) debería buscar acomodar el crecimiento para encontrar el balance entre producción y estabilidad de precios. Por lo mismo, el concepto de PIB potencial es importante ya que nos da una referencia contra la cual quienes toman decisiones pueden evaluar el comportamiento de la economía y determinar qué acciones deberán elegir. El entender dónde se encuentra el PIB real en relación con su potencial no solamente le permite al empresario y a los hogares tomar mejores decisiones de inversión y consumo, sino también al analista anticipar y evaluar posibles cambios en la política económica.
Sin embargo, el PIB potencial es un concepto teórico no observable, por lo que no se puede medir directamente. Más bien, se puede inferir a través de información de ciertas variables macroeconómicas, pero nunca se tendrá una estimación robusta o exacta. Existen varias formas de calcular el PIB potencial como tomar el insumo laboral (el número de empleados multiplicado por la cantidad de horas trabajadas por año) y la productividad (la producción por hora del insumo laboral), mediante técnicas econométricas que aproximan una función de producción o estadísticamente mediante técnicas que calculan el componente permanente del PIB (su tendencia de largo plazo).
En Estados Unidos, la Oficina del Presupuesto del Congreso (US Congressional Budget Office) calcula y publica una serie del PIB potencial, que es considerado como la serie oficial para ese país. Pero en México, desafortunadamente, no existe un cálculo oficial disponible al público, ya que aunque el Banco de México y el INEGI lo calculan (cada uno por su parte), no lo han querido divulgar. El Banco de México lo da a conocer en forma irregular mediante una gráfica en publicaciones, pero no publica la serie tal cual. El INEGI lo calcula en su sistema de indicadores cíclicos, pero lo iguala a 100 y no da a conocer las series en forma original. ¿Por qué tanta opacidad?
Varias instituciones financieras tienen su propio cálculo, pero su divulgación no es regular ni está disponible para todo el público. No sabemos si utilizan técnicas apropiadas, estimaciones simplistas, o bien, puras corazonadas. Peor aún, dado que existen muchas formas de cálculo, su divulgación pudiera confundir e incluso, llevar a conclusiones erróneas. Por eso es importante que el Banco de México o el INEGI lo den a conocer al público en forma regular y transparente, con una metodología reconocida y que forma parte del acervo oficial de estadísticas de interés nacional.